Ladrillos y cocinas color rosaMuestra

Dios es más grande que los ladrillos

Cada cultura tiene su lista de cosas que definen el éxito. La de faraón la tenía, y la nuestra también. Cuando dejamos de vernos como parte del gran plan de Dios, y consideramos que el Señor es únicamente el facilitador de «mi gran plan», quedamos desconectados y en riesgo. Sin su plan y su perspectiva, quedamos a la merced de la cultura, y lo que nos queda es buscar cumplir con esas listas egoístas.

La cultura actual dice que somos la suma de nuestros logros o de nuestra belleza. Ganar dinero, hacer un negocio más, es el motor que hace girar nuestra cultura. Una taza de café gourmet y un audífono inalámbrico sugieren importancia: «Estoy tan ocupado que tengo que hacer 15 cosas al mismo tiempo y no me puedo detener por nada ni nadie». La medida del éxito para muchos hombres es cuántos «ladrillos» pueden producir en cierta cantidad de tiempo. A menudo, para las mujeres, la medida del éxito es la sensualidad. No tengo algo en contra de la belleza, de la moda o de cuidar su aspecto. Estoy hablando de ese tipo de sensualidad descarada que dice: «Lo quieres, pero no puedes tenerlo» que ha sido reforzada por el aplauso de nuestra cultura.

En un programa de TV, estaban hablando de una adolescente que había muerto como consecuencia de complicaciones de una cirugía estética de aumento de senos. La hermosa conductora, que llevaba una blusa bastante escotada, preguntó: «¿Pero de dónde obtienen estas niñas una visión tan poco realista de la imagen corporal?», a lo que yo quería responder: «¡Pues de ti, señorita Escote!». Nuestra cultura adora el materialismo y el sexo porque nos hemos alejado de lo que verdaderamente merece nuestra adoración: Dios mismo.

Hombres, ustedes son más que la suma total de los ladrillos que pueden hacer. Sus logros no dictan su valor. Lejos de eso. Hay un propósito para su trabajo que sustituye cualquier recompensa terrenal. Y mujeres, ustedes fueron hechas para algo más que la creación de una exhibición visual atractiva. Su valor no se deriva de ello. Hay un espíritu gentil y tranquilo residiendo en ti que es la fuente de toda belleza verdadera. Confiar en Dios por estas cosas no te hace perezoso. Confiar en Él para tu valor propio no te hace «menos que». La confianza no es pereza; es creer en un propósito más alto que hacer ladrillos.