Amabilidad

Cuando somos pequeños, sin importar la religión que profesamos, nos enseñan la regla de oro: trata a los demás como querrías que te trataran a ti. Es un consejo de vida sólido y también está de acuerdo con las enseñas de Jesús. Es una frase simple, pero una lección difícil de poner en práctica.

Una de las cosas que más me molesta es cuando las personas son groseras. Creo que no hay excusas para tratar mal a los demás. Esa creencia es fundamental en la crianza de mis hijas. Es algo en lo que he trabajado mucho con mis hijas—cómo ser amable con sus palabras hacia los demás, hacia ellas mismas y sus amigos. 

Hace años, estábamos atravesando una temporada especialmente difícil en donde estaban siendo groseras una con la otra. Hacían lo indecible para lograr pellizcar a la otra. Cualquier cosa para sacar de quicio a su hermana. ¡Yo estaba desesperada! Llamé a mi esposo llorando porque no sabía qué más podía hacer. ¡Había intentado todo!

Luego, tuve una idea. Decidimos que cuando él regresara del trabajo a casa, ellas probarían un poco de su propia medicina. 

Desde el momento en que él regresó del trabajo a casa, yo estaba malhumorada y él también. Nos sentamos a cenar con nuestras hijas y él dijo que no le gustaba lo que yo había cocinado. Le respondí que ¡él podría preparar su propia cena la próxima vez! Me decía le respondía, me decía le respondía. Nuestras hijas estaban impactadas. 

Nos detuvieron y dijeron las palabras exactas que nosotros les dijimos sobre ser amable. Dijeron cosas como “deberías estar agradecido” y “deberías ser amable” y “si no tienes nada amable que decir, mejor no digas nada". Habían estado escuchando lo que tratamos de enseñarles, incluso si no lo ponían en práctica. 

Más tarde esa noche, les explicamos el experimento completo y les recordamos que Jesús nos llama a tratar a los demás como queremos ser tratados. Queremos ser tratados con amabilidad, entonces debemos tratar así a los demás. Hablamos de Proverbios 18:21, que habla de que nuestra lengua tiene poder de vida y muerte. Les hicimos énfasis en que siempre queremos que nos conozcan por animar y levantar a otros, no por destrozarlos con nuestras palabras.

Recientemente le pregunté a mis hijas si recordaban esa noche. Cada una dijo que sí. A pesar de que no recomiendo necesariamente nuestro método, estoy contenta de que haya aprendido la lección. 

Como padres, no siempre haremos todo bien. Honestamente, ¡lo consideraremos un triunfo si acertamos la mitad del tiempo! Sin embargo, si nos apoyamos en las enseñanzas de Jesús como fundamento de lo que enseñamos a nuestros hijos, podemos confiar en que estamos en el camino correcto. Si te sientes insegura en la crianza de tus hijos, respira hondo y acude a Jesús para que te guíe.