Devocionales diarios con Greg LaurieMuestra

El pecado de dejar de orar

No debemos olvidar nunca que la oración no es sólo para pedir cosas, sino también para protección y preparación. La oración no sólo nos da lo que queremos; nos prepara y protege también para lo que no queremos.

En Getsamaní, Jesús estaba en angustia según contemplaba los horrores de la cruz. Todo lo que quería que hicieran sus discípulos era que estuvieran allí y oraran. Siendo Dios, sabía lo que iba a ocurrir. Sabía cada detalle. Y oró: "Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mateo 26:39).

Lo que les pidió Jesús fue algo de compañía. No necesitaba un sermón; necesitaba algunos amigos. Pero sus amigos se durmieron. Y esto fue un resultado directo del pecado de confiarse en uno mismo.

Lo mismo nos puede pasar a nosotros. Oramos cuando pensamos que necesitamos orar. Cuando nos asalta una crisis, cuando el médico nos da malas noticias, cuando nos han despedido, cuando estamos teniendo problemas en nuestro matrimonio o con nuestros hijos... ¿Qué hacemos en esos momentos? Orar. Y está bien. Es lo que debemos hacer.

Pero ¿qué pasa cuando las cosas van bien? Cuando pagamos las facturas sin problemas, cuando el trabajo funciona, cuando no hay malas noticias frente de nosotros, ¿Oras entonces? ¿O piensas que no te hace falta y no lo necesitas en ese momento? ¿Es porque confías en ti mismo?

Dejar de orar, en realidad, puede ser un pecado. El pecado no es sólo quebrantar un mandamiento, aunque también lo incluye. También existe el pecado de omisión. Santiago 4:17 nos dice: "Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace".

Resumen: El orgullo y la falta de oración van juntas.

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