La Economía Del ReinoMuestra

LA UNIDAD

Dios nos creó con un cuerpo biológico que expresa su plan, hermoso y perfecto, de unirnos con Él, para formar un solo pueblo, una sola familia, un solo hombre, el nuevo Adán que es Cristo. 

Romanos 12:4-5: “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.”

¡Qué maravilla de unidad, la de nuestro cuerpo! ¡Aprendamos de esta fabulosa colonia celular, en la que conviven con perfecta comunión, trabajando en equipo, con tanta compenetración que constituyen un único, pero gigante, trabajador.

Eclesiastés 4:9-12: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; más ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.”

Son precisamente las hormigas, junto con las langostas, dos de las cuatro cosas más sabias que los sabios. (Como dice proverbios 30) Es por su perfecta unidad que dan ese ejemplo de sabiduría.

Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”

La única forma de poder cumplir este glorioso plan de Jesús, de hacernos uno, es dejándole al Espíritu Santo que nos corte la cabeza humana, para que solo Cristo sea la Cabeza de todos nosotros, y formemos un solo pueblo, la nación santa de Dios.

Oremos sin cesar, unidos como una sola boca, un solo pulmón, y nuestro Dios peleará por nosotros, llevándonos de victoria en victoria, de triunfo en triunfo, de poder en poder, hasta que cumplamos fielmente la visión que nos ha encomendado, de sacar de Egipto a todo su pueblo y unirlo en su perfecto amor.

Así comprobamos que la unidad es la llave de oro que abre la puerta de la fuente, y nosotros, peces humanos, pescados por Jesucristo, mientras estamos en este mundo, hemos de actuar como los salmones, nadando valiente e impetuosamente, hasta llegar al manantial de la vida, que es nuestro Señor Jesucristo, para desovar abundantemente, muriendo por ello.

Miguel Díez