Vivir renovado: Conversaciones con DiosMuestra

Conversaciones Honestas

Nuestras oraciones no tienen que ser lindas. Pueden ser palabras de frustración, enojo, preocupación, temor, tristeza y quebrantamiento. No importa lo que estemos sintiendo, Dios puede manejarlo.

A veces tenemos miedo de decirle a Dios lo que está en lo profundo de nosotros, pero no podemos ocultarnos de Él. Él ya conoce nuestros corazones y nos ama de todas maneras. Nuestras oraciones no pueden molestarlo, sorprenderlo o abrumarlo. Él es inquebrantable.

Él anhela que compartamos con él algo más que oraciones delicadas y puras. Quiere todo de nosotros—lo bueno, lo malo y lo feo—porque derramar nuestros corazones a Dios es lo que le permite quitarnos la carga de nosotros. Al igual que Jesús llevó nuestro pecado y nuestra vergüenza en la cruz, Él quiere llevar el peso de nuestras cargas cotidianas para que no tengamos que hacerlo nosotros.

En los momentos en que tengamos tanto dolor que no podamos ni formar las palabras para hablar, Dios entiende. El apóstol Pablo lo dijo de esta manera—el Espíritu intercede por nosoros con gemidos indecibles. Él llora con nosotros, y lucha por nosotros. A nuestro Dios se le pueden confiar nuestros corazones.

Mi abuela era una mujer que se preocupaba bastante pero su Biblia estaba desgastada cuando murió a los 87 años. La forma en que hablaba constantemente con Dios era inspiradora. Ella no se preocupaba hasta la muerte, sino que lo hacía con la oración. Ella sabía que acudir a Dios era lo único que podía hacer con sus preocupaciones.

En Getsemaní, incluso Jesús se sintió abrumado y le dijo a sus amigos más cercanos que necesitaba ir a orar. Cuando el único hombre perfecto que ha existido experimentó un dolor aplastante, supo qué hacer con él. Lo llevó a su Padre Celestial en oración.

Como nos mostró Jesús, está bien sentirse herido, triste o con miedo. Sólo ten cuidado de no derramar tu corazón con todas las personas excepto Dios. Entrégaselo al que puede hacer algo al respecto. A cambio, Él te dará paz.

Práctica- Ten una conversación honesta con Dios. Si no estás segura por dónde comenzar, pídele que te muestre dónde estás levantando un muro e invítalo a derribarlo. Dile a Dios exactamente cómo te sientes. Está bien gritar y está bien llorar. Cuando hayas derramado todo, pídele que llene el espacio con Su perfecta paz.