Es Hora De AdorarleSample
El Dios de mi alegría y de mi gozo
La alegría puede mostrarse en risas y provoca una sensación de bienestar. Es muy difícil estar alegres y que no lo dejemos ver. Cantar, bailar, reír, saltar son algunas de las expresiones que anuncian a los que nos rodean que estamos alegres. La alegría también es contagiosa y habrá quienes se sientan alegres solo de compartir con alguien que reboza de alegría.
Ciertamente, estar alegres y gozosos es un estado del alma en el que todos, con algunas raras excepciones, quisiéramos tener. Pero, no es menos cierto que, debido a las circunstancias difíciles que en ocasiones debemos enfrentar, la risa le da lugar a la tristeza y el quebranto.
Entonces nos topamos con las palabras del apóstol Pablo a los filipenses, en las que los exhorta diciéndoles: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Fil. 4:4 Y a los tesalonicenses también les dice: “Estad siempre gozosos.” 1 Tes. 5:16
La palabra que me llama la atención es “siempre”. Entonces digo, qué sucede cuando tengo deseos de llorar, cuando, como dice el refrán: “No me huelen ni las azucenas.” ¿Debo fingir que estoy gozosa, sonreír aun cuando no tenga el más mínimo deseo de hacerlo? Pero, como la Palabra de Dios es la Palabra de Dios, veo que más allá del dolor o del quebranto y la dificultad, hay una verdad que no cambia.
El verdadero motivo del gozo en el creyente es Cristo en nosotros. La fidelidad de Dios y su continuo cuidado amoroso, la salvación que nos ha sido dada en Cristo, la bendición de tener el Espíritu Santo morando en nosotros son algunas de las razones por las cuáles nuestra alma puede regocijarse siempre.
En la carta de Santiago, encontramos otro hermoso y sabio consejo. El apóstol nos dice que, si estamos tristes, oremos y si, por el contrario, estamos alegres cantemos alabanzas. Stgo. 5:13 De manera que la tristeza no se riñe con el gozo del Señor, porque tan real puede ser la situación que nos aqueje como la verdad de que el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Por tanto, no dejemos de adorarle.
“Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.”Sal. 43:4
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La adoración a nuestro Dios es el resultado de un corazón agradecido y un alma absorta en su grandeza. Mientras el mundo adora todo aquello que ocupa un lugar de prioridad en su agenda, los cristianos adoramos al que vive por los siglos de los siglos. No obstante, hay momentos en los cuales el alma se silencia y se hace necesario que le hagamos un llamado a la adoración.
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