La humildad abre el camino

El orgullo es un ladrón silencioso. Roba nuestra paz, endurece nuestro corazón y nos aleja de la voz de Dios. Mientras el mundo nos anima a buscar nuestra grandeza, Jesús nos invita a algo radicalmente diferente: a humillarnos como Él lo hizo. Junto a los discípulos, cuando todos discutían sobre quién era el más grande, Jesús no dio un discurso; tomó una toalla y les lavó los pies. No lo hizo para impresionar, lo hizo para enseñar que la grandeza en el Reino de Dios se mide por el servicio.

La humildad no es debilidad; es fuerza bajo control. Es el coraje de reconocer que no somos el centro del universo y que, sin Dios, no podemos nada. Cada vez que el orgullo nos domina, construimos un muro entre nosotros y Él. Pero cuando elegimos la humildad, abrimos una puerta para que Su gracia fluya.

Nos cuesta ser humildes porque estamos obsesionados con nuestra imagen. Nos molesta pedir perdón, aceptar un error o reconocer que necesitamos ayuda. Pero la verdad es que Dios se siente más cómodo en un corazón humilde que en un templo grandioso. ¿Quieres ser usado por Dios? Deja el orgullo y toma la toalla como Jesús. La humildad es la plataforma desde la cual el cielo desciende.

Jesús, el Hijo de Dios, pudo haber llegado con un ejército celestial, pero nació en un pesebre, creció como carpintero y murió como un criminal. En Filipenses 2:5-8, se nos desafía a tener la misma actitud que Él, quien "se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte". Esa humildad no solo cambió la historia; cambió nuestro destino eterno.

"La humildad no es pensar menos de ti mismo, es pensar menos en ti" (C.S. Lewis).

Oración:
Padre, me rindo a Ti. Perdóname por las veces que mi orgullo ha hablado más fuerte que Tu voz. Ayúdame a caminar en humildad cada día, buscando agradarte en todo lo que hago. Hazme sensible a las necesidades de otros y enséñame a servir como Tú. Amén.

Acción práctica:
Haz algo intencional para practicar la humildad hoy:

• Sirve a alguien sin esperar nada a cambio.
• Pide perdón a quien hayas ofendido, aunque te cueste.
• Reconoce una debilidad o un error y entrégaselo a Dios en oración.