Un corazón quebrantado para un Dios Santo

La adoración no es lo que se ve desde afuera, es lo que Dios ve por dentro. En un mundo donde todo se trata de apariencias, la Palabra nos desafía: Dios no busca fachadas, busca sinceridad. ¿Sabías que en el templo de Salomón, la gloria de Dios no descendió por la belleza del edificio, sino porque el pueblo se humilló y reconoció su necesidad de Él?

Cuando Jesús contó la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14), no fue el que cumplía con las reglas quien agradó a Dios, sino el que golpeaba su pecho diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”. El quebrantamiento de corazón siempre ha sido la llave para atraer la atención de Dios. Lo irónico es que tratamos de impresionarlo cuando Él solo quiere que seamos reales.

"Dios no está impresionado por tus logros; está movido por tus lágrimas".

Hoy vivimos obsesionados con proyectar la imagen perfecta. Redes sociales, filtros, discursos bien armados... pero ¿y si te dijera que nada de eso impacta el corazón de Dios? Él no ve lo que mostramos; ve lo que ocultamos. Quizás pienses que para acercarte a Dios necesitas estar "en orden", pero es al revés: el momento de mayor caos es la oportunidad perfecta para postrarte ante Él. La cruz no fue un lugar de perfección, fue un lugar de quebrantamiento.

Imagina a David, el rey más importante de Israel, el hombre "conforme al corazón de Dios". ¿Por qué? No fue porque nunca fallara; fue porque, en su pecado más oscuro, escribió el Salmo 51: un grito desesperado de quebrantamiento. David entendió que lo que Dios quería no era sacrificios, sino un corazón rendido.

Oración:
Señor, aquí estoy. No con excusas ni pretextos, sino con un corazón real. Toma mi orgullo, mis máscaras, y reemplázalos con un espíritu humilde. Ayúdame a vivir una adoración que no dependa de las circunstancias, sino de la verdad de quién Tú eres. Amén.

Acción práctica:
Encuentra un lugar donde estés completamente solo. Puede ser tu cuarto, el parque, o incluso tu auto. Sin música, sin distracciones, dile a Dios todo lo que está en tu corazón. Si sientes que no sabes por dónde empezar, hazlo simple: "Dios, aquí estoy. Ayúdame". Escribe en un papel aquello que necesitas dejar a sus pies, léelo en voz alta y luego destrúyelo como símbolo de entrega.