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Un liderazgo transformador

DAY 4 OF 9

Lidera con inteligencia

Un líder eficaz es aquel que solo se trae consigo a su ministerio aquellas cosas que le van a resultar útiles para edificar a otros. Hay que inventariar lo que nos traemos a nuestro servicio, si algo es innecesario, o representa un lastre, elimínenoslo. Por otra parte, añadamos en nuestro haber ministerial, aquello que es conveniente y revitalizador. El apóstol Pedro escribió: “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad” (2 Pedro 1:5, 6). Nadie mejor que Pedro para escribir esto. En el pasado, siempre que se traía algún rasgo de su vida anterior a su llamado en Cristo, terminaba cometiendo un error lamentable. El liderazgo se puede ver muy entorpecido por sesgos de nuestro viejo hombre que no han sido puestos todavía debidamente a los pies de Jesús. El autoexamen en la presencia de Dios y un carácter dócil a la voz del Espíritu Santo nos va a ayudar a remontar en este sentido.

Hemos de elegir tener y potenciar solo aquello en nuestro carácter y en nuestras actitudes que nos ayude en nuestro propósito. El lastre del ego hay que eliminarlo, esa obsesión por ponernos en primer lugar, por ser el centro, por ser tenidos en cuenta, por buscar protagonismo. Solo un ministerio cristocéntrico podrá ser eficiente en la noble labor de guiar a otros a Jesús. Hay que sacudirse el prejuicio, el acto de abordar algo desde un pensamiento preconcebido, sin la evaluación de los hechos en concreto. La pereza, el miedo, la autocompasión, la queja y la amargura, todos estos vicios del carácter del viejo hombre tratarán de invadir con frecuencia nuestro servicio. Necesitamos desarrollar la destreza que nos permita identificar a esos huéspedes indeseables. Pidamos a Dios el discernimiento necesario para blindar nuestro ministerio con antelación y no ser víctimas de tales actitudes.

El liderazgo no puede ser visceral, movido por la emoción del momento, por el impulso de las circunstancias. En realidad, el liderazgo tiene que ser ecuánime, sobrio, sereno en su ejercicio, sabio en su proceder. La historia pasada y reciente está llena de relatos sobre personas que, habiendo sido divinamente llamados, y cuyo servicio fue luminoso al principio, terminaron apagando su luz con actos frecuentes de despiste espiritual. No digo ya de pecados escandalosos, que son más fáciles de evitar, sino de esas pequeñas fugas del carácter que van entorpeciendo la impronta de esa persona hasta debilitar y anular su autoridad. Oremos a Dios que él nos guarde de tamaño destino y nos guíe “por sendas de justicia por amor de su nombre” (Salmo 23:3).

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Un liderazgo transformador

Todo liderazgo piadoso ha de ser transformador. Dios nos ha llamado a ser instrumentos de cambio en sus manos y para su gloria. Si usamos la Biblia como mapa infalible podremos ser eficaces en esta preciosa tarea. Tenemos que actuar, este es nuestro privilegio.

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