Rahab, salvada por su fe.

Cada personaje que menciona la Biblia deja un aprendizaje, y Rahab no es la excepción. Josué 2 dice que era una mujer que ejercía la prostitución, sin embargo, es una de las dos únicas mujeres en la lista de héroes de la fe de Hebreos 11 y una de las tres mujeres que forman parte de la genealogía de Jesús.

¿Qué tiene de especial esta mujer si en su tiempo, e incluso en los actuales, estaba socialmente marginada a causa de su profesión?

La Biblia cuenta que los espías de Josué pasaron la noche en su casa. Más allá de los servicios que pudiera ofrecer, su casa era una parada estratégica para los espías. Por su profesión, Rahab tendría toda la información necesaria, pues por allí pasarían, seguramente, hombres de Jericó que le contarían asuntos relevantes de la política de la ciudad.

Cuando el rey de Jericó se enteró de la visita de los espías, envió a sus guardias a buscarlos, pero Rahab los escondió y salvó sus vidas. Esta decisión puede parecer algo muy simple, pero bien mirado, ella era una habitante de Jericó, una de las ciudades fortificadas de la tierra de Canaán, y los espías eran parte de un pueblo que apenas cuarenta años atrás eran simples esclavos.

Sin embargo, Rahab pronunció las palabras clave: Les dijo a los espías que todo el pueblo tenía miedo, porque habían oído de los milagros que el Dios de los israelitas había hecho a favor de ellos, y que todo el pueblo reconocía que su Dios era Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra. Por eso, les pidió que le juraran que la tratarían bien al atacar la ciudad. Rogó por su vida y la de sus familiares.

Las palabras de Rahab llevan implícita una súplica por un cambio de vida. La mujer reconocía que el Dios de los israelitas era invencible y vio la visita de los espías como su oportunidad para entrar a una nueva vida, en un nuevo pueblo. Allí encontraría el amparo que tanto había deseado y que por su condición no había obtenido.

El cordón de grana que utilizó para ayudarlos a escapar sería la señal para librarla a ella y a todos los que estuvieran en su casa. En el libro de Éxodo, la sangre roja en los marcos de las puertas fue la señal que salvó al primogénito de cada familia y la señal de un nuevo pacto de salvación y liberación para un pueblo que había vivido esclavizado. En la entrada a la Tierra prometida, un cordón de grana, rojo como la sangre, sería la señal que salvaría a una mujer de una vida esclavizada y a todos los que estuvieran con ella: Allí estarían aquellos que creyeron en la mirada misericordiosa del Dios de Israel. Y así fue.

A Dios no le importó que Rahab fuera una mujer en prostitución. Dios miró la fe suplicante de una mujer que quería una oportunidad en su vida, y que reconocía el momento para cambiar. Dios derribó las murallas de Jericó, pero la casa de Rahab, que estaba construida sobre las murallas, no se cayó y todos los que estaban dentro se salvaron.

Luego, Rahab fue incorporada al pueblo, se casó con Salmón, de la tribu de Judá, y de ese matrimonio nació Booz quien más adelante sería el esposo de Rut y abuelo del rey David.

La salvación de Rahab muestra que el Dios de Israel es grande y misericordioso, lento para la ira, siempre dispuesto a tratar con ternura, y que recompensa a todo aquel que tiene fe en Él y actúa basado en esa fe. A Dios no le interesa el pasado de quienes se acercan a Él y lo buscan con sinceridad. A cambio Él ofrece salvación, una vida diferente y una nueva comunidad, para todos los que lo buscan.

Ese mismo ofrecimiento fue la base de la predicación de los primeros cristianos después de la muerte de Jesús, tal como dice Pablo al carcelero en Filipos: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (Hch 16.31).