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Jesús era hombre

Jesús era hombre. Un hombre que caminó las calles y comió comida como tú y yo. ¡Era un ser humano! El creer que Jesús era hombre es un hecho crucial para nuestra fe. El Apóstol Juan nos da su testimonio en su primera epístola: «les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado».

Juan quería comunicarnos que el mismo vio, escuchó, y tocó a Jesús. ¿Por qué era tan importante para Juan que creyéramos esta verdad? Porque si Jesús no hubiese sido hombre, él no hubiese podido morir la muerte que murió. No hubiera derramado la sangre que pagó por nuestros pecados. Y no hubiese resucitado de su tumba para llevarnos con él al cielo. Nuestra fe necesita que Jesús sea hombre.

Juan comienza diciendo: «En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios». Él quería que supiéramos que Jesús no solo era hombre pero también la Palabra de Vida. Aquella Palabra de Vida que nos provee dirección desde el cielo, que nos inspira ánimo, amor, y nos guía constantemente. 

Jesús también es vida eterna. No era únicamente hombre y maestro, pero también nuestro Salvador, Dios en forma de hombre. Cuando declaramos que Jesús era hombre y Dios, significa que ponemos nuestra confianza y fe en Dios como nuestra fuente de vida eterna. En él esta nuestra eternidad, para expresarlo en palabras más sencillas. Jesús el Hijo de Dios, vino como hombre, es nuestro Salvador y el puente que nos conecta con Dios. El existió como hombre para morir por nosotros y redimirnos delante del Padre. Él es la Palabra de Vida que nos acerca a Dios para darnos vida eterna.