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La fuerza que prevalece

Creo que, en algún momento, la mayoría de las personas han orado en algún momento de su vida, algunas con una de las frases más comunes: Señor, ayúdame, dame fuerzas.

La oración tiene poder, trayendo fuerzas a nuestras vidas. A veces nos encontramos frente a algo que nos agobia y clamamos por ayuda, por fuerza para seguir: la persona que carga con una noticia que le acaban de dar por una enfermedad terminal, la llamada que alguien recibe y escucha que su familiar falleció, aquel que cuida a un ser querido y trabaja de manera incansable día tras día bajo la abrumadora carga de la tarea.

Dame fuerzas, Señor.

A Jesús le gustaba esa oración. Nos enseñó para que la hiciéramos, y Él mismo la hizo.

Al final de sus días en la tierra, comenzó a darles instrucciones claras a sus discípulos para vivir en tiempos extremadamente difíciles. Nos aseguró en términos muy específicos que esta historia llegaría a un punto culminante, y que esos días serían difíciles en especial para el alma humana. Él nos instó a pedir la fuerza que prevalece.

Todo esto implica una batalla, un enemigo al que podemos vencer y prevalecer. Jesús no nos ofrece una fuerza común y corriente, no es optimismo. Él nos advierte, nos exhorta, prácticamente nos ordena que oremos por fuerzas.

Estamos a tiempo para clamar al Dios Todopoderoso, para estar siempre alertas y para que Él fortalezca nuestros corazones ante las adversidades que sucedan a lo largo de nuestra vida. No dejemos vencernos por el mal, necesitamos fuerza para superar los ataques del adversario y no rendirnos, fuerza de espíritu, fuerza de mente. Una fuerza que prevalezca.

Oración:

Jesús, dame la fuerza cada día para seguir adelante. Sé que nada de esto es casualidad, por eso ayúdame a no rendirme nunca. ¡Amén!