RestáuranosMuestra

"Todos necesitamos la restauración de Dios" (Ana María Padalina).

La batalla interior

Estamos hechos del polvo de la tierra, por lo tanto, la naturaleza terrenal del hombre caído, proclive a las tentaciones, nos baja. Pero también tenemos la naturaleza celestial de Cristo, que nos hizo nacer de nuevo por el Espíritu, y esta pone los deseos de Dios en nuestro ser y nos eleva. A lo largo del proceso de santificación, que opera Dios en nosotros, se genera una batalla constante entre ambas naturalezas. El Apóstol Pablo lo expresa así: “Yo sé que, en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7:18-19).

Mientras estemos en la Tierra, siempre tendremos altibajos. No obstante, la Biblia nos otorga las herramientas necesarias para triunfar en la batalla cotidiana que se produce en nuestra mente. La principal es “poner la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra” (Colosenses 3:2) y “hacer morir en nosotros todo lo que sea terrenal” (Colosenses 3:5). Poner a Dios y Su voluntad deben ser el centro de nuestro interés, no la vanidad del mundo, con sus placeres pasajeros. Pablo le enseñó a Timoteo que “…la verdadera sumisión a Dios es una gran riqueza en sí misma cuando uno está contento con lo que tiene” (1° Timoteo 6:6 NTV). ¡Esto es revelador! Tenemos la riqueza del cielo si nos sujetamos a Dios y estamos contentos aún en medio de circunstancias desfavorables. El terrenal está insatisfecho, el celestial tiene la plenitud que da el contentamiento. El terrenal es quejoso, el celestial es agradecido. El terrenal es receloso, el celestial ha puesto su confianza en Dios.

ORACIÓN
Señor, ayúdanos a entender que somos celestiales para vivir con gratitud y contentamiento y vencer en nuestra batalla interior de cada día.