Santos, puros, peligrososMuestra

CORRE POR TU VIDA

Una de las estrategias más utilizadas para cerrar una venta es permitir que el futuro comprador pruebe el producto, que tenga una breve experiencia con él, que lo disfrute por un corto período de tiempo, que se ilusione y lo desee aún más. De esta manera, el deseo comienza a arraigarse en la persona, los sentimientos hacia el producto anhelado se intensifican y, poco a poco, la resistencia racional va erosionándose. Los argumentos en contra de la compra se desvanecen hasta que, extasiado con la idea de poseerlo, el comprador se entrega mansamente a la compra.

José nunca hubiera adquirido algo que no necesitara simplemente por lo atractivo y tentador que pareciera el producto. Me lo imagino enfrentándose al vendedor diciendo firme y rotundamente: “No, gracias”, antes de retirarse. ¿Por qué? Es sencillo, José sabía que con la tentación no se juega, con la tentación no se dialoga. De la tentación se huye. Creo que José fue el creador de la frase “Soldado que huye, sirve para otra guerra”.

¿Por qué «con la tentación no se juega, con la tentación no se dialoga»?

Porque la tentación en sí misma es placentera, porque con cada segundo que la tentación está en nuestra mente se hace más poderosa, y al mismo tiempo, menos fuerza tenemos para rechazarla. El placer no solo nos seduce, también nos ciega.

Como dice Santiago 1:14: “La tentación viene de nuestros propios malos deseos, los cuales nos arrastran y seducen”. El poder de la tentación radica en que nos tienta precisamente porque lo deseamos. Es por eso que debemos alejarnos en lugar de exponernos a lo que sabemos que no debemos hacer. Tenemos que huir, y huir no implica únicamente alejarnos físicamente del lugar donde se presenta la tentación, sino también abandonar ciertos pensamientos, dejar de pensar en aquello que nos “arrastra y seduce”.

Recuerda:

Con la tentación no se juega, con la tentación no se dialoga. De la tentación se huye.