Fuimos Perdonados Para PerdonarMuestra

Recibimos para dar

Es inconcebible para el entendimiento humano, perdonar a alguien que no merece ser perdonado ¿cómo perdonar a alguien que nos ha hecho tanto daño, que nos ha fallado de tan diferentes y graves formas? Así lo vemos desde el punto de vista natural; sin embargo Dios, conociendo nuestra condición despreciable a sus ojos, determinó elegirnos por medio de su Hijo Jesús, para ser suyos y libres de la esclavitud del pecado. Nos perdonó siendo aborrecibles a sus ojos.

¿Cómo después de ofender a tal magnitud a Dios, Él desea pagarnos con tanto bien? La paga justa que merecemos por nuestra rebeldía y nuestra perversidad ante Él, es su ira, su desprecio; sin embargo, su gracia ha transformado en amor, la ira inmerecida.

Recibimos el perdón, sin siquiera haber tenido la iniciativa de reconocer que lo necesitábamos porque no éramos conscientes de nuestra separación de Dios. No obstante Él, a través de su Espíritu nos convenció de la necesidad que teníamos de su perdón y nos contristó de tal manera que solo pudimos caer rendidos, irresistibles ante el amor que nos manifestó por medio de su Hijo Jesús.

Fuimos amados a precio de muerte, a través del derramamiento de la sangre del Hijo de Dios. No hay mayor amor que este, manifestado para libertad y adopción.

No solo fuimos perdonados y nuestros pecados fueron olvidados para la eternidad; además, fuimos acogidos en la familia de Dios como hijos suyos. Recibimos de manera inmerecida un trato que es difícil de describir por la gracia y la bondad con la que fuimos abrazados.

¿Cómo no dar conforme hemos recibido? Obviamente duele cuando nos hieren, cuando nos lastiman; sin embargo, cuando reconocemos que fuimos perdonados a través de la incomparable manifestación de amor de Jesús, reconocemos que lo que nos hicieron no es algo que supere la condición en la que Él nos encontró. Fuimos perdonados para perdonar, recibimos para dar, tenemos el don de entregar el perdón porque hemos recibido como don el ser perdonados.

Recibimos la naturaleza de Dios, recibimos su Espíritu; es inevitable entonces, ver a quien nos ofende con la gracia con la que fuimos mirados. No hay lugar en nuestro espíritu para el odio, la falta de perdón o la amargura; no hay comunión entre el amor y el odio, hemos sido amados para amar de la misma manera en que fuimos amados.

Mientras más comprendemos el amor que nos manifestó Jesús en el madero, más fácil nos será amar a los demás de la misma manera.