[Alrededor de la mesa] Todos están invitadosMuestra

Salvación y devoción

Pedro, que antes se acobardaba por el miedo, ahora declaraba a Jesús con audacia. Sus palabras eran fuego potenciado por el Espíritu Santo. Predicó la buena nueva a los que no creían, el mensaje del Evangelio. Y las palabras de Pedro atravesaron sus corazones. Provocaron una gran convicción. Entonces, la gente respondió: «¿Qué debemos hacer?» (Hechos 2:37).

Cuando el Espíritu Santo se mueve a través de personas empoderadas que caminan en su autoridad, su identidad creada por Dios y su propósito, los demás responden preguntando: «¿Qué debemos hacer?». Cuando el poder de la presencia de Dios se manifiesta, siempre precede a la bondad de Dios que trae convicción a la humanidad. El Evangelio vivido con autenticidad es atractivo en todos los sentidos.

Pedro respondió: «Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y convertirse a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el Espíritu Santo» (Hechos 2:38). Pedro siguió predicando durante mucho tiempo y 3,000 personas respondieron. Ese es otro subproducto que el ministerio de Jesús, la crucifixión y la resurrección dieron lugar a la comunidad, el poder, la autoridad y la salvación.

Pero la historia continúa. Hechos 2:42 dice que «todos los creyentes se entregaron...». Además de todo lo que hemos visto, el ministerio de Jesús da lugar a una profunda devoción. El Evangelio debería obligarnos de forma abrumadora a una profunda devoción, a una vida de agradecimiento.

Los creyentes se dedicaban a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión y a compartir las comidas. En esto se basa la iglesia del Nuevo Testamento. Un profundo sentimiento de temor se apoderó de todos ellos y los apóstoles realizaron muchos milagros, signos y maravillas. Mientras estos fieles seguidores de Jesús permanecían en obediencia, vemos que estaban unidos en comunión. Compartían todo e incluso vendían sus posesiones para compartir el dinero con los necesitados. Adoraban, se reunían en sus casas, tomaban la Cena del Señor en torno a la mesa y compartían las comidas con gran generosidad, todo ello alabando a Dios y disfrutando de la buena voluntad de todo el pueblo. Este es el fruto. Este es el resultado que deberíamos tener, lo que deberíamos sentir.

Estaban profundamente dedicados, obviamente al Señor, pero también estaban dedicados el uno al otro. Tenían una conexión familiar. Una vez que te encuentras con la gloria de Dios de una forma que altera la vida de los demás, es súper difícil alejarse de eso. El máximo resultado del ministerio de Jesús debería obligarnos de forma abrumadora, a esta vida de profunda devoción y unidad.