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Yo pertenezco

¿Quién de nosotros no ha hecho alguna tontería con el propósito de ser aceptado por un grupo de amigos o compañeros de trabajo? Ser parte de algo, de un grupo, de una tribu o una familia nos da un sentido de pertenencia. Somos criaturas sociales, diseñados para vivir en comunión con otros. Cuando Dios creó al hombre dijo que no era bueno que estuviera solo (Genesis 1:18), vivir apartado de los demás siempre podría traer algunas ventajas y beneficios, pero a la larga, las consecuencias de vivir en soledad pueden cobrarle la factura a nuestra salud mental.

A pesar de estar rodeados de dispositivos electrónicos y aplicaciones de redes sociales que nos aseguran mantenernos “conectados” con el mundo, muchas personas se sienten socialmente aisladas y solas hoy más que nunca. Tristemente las tazas de suicidio son una realidad alarmante, que nos recuerdan la declaración divina “no es bueno que el hombre esté solo”.

Los sentimientos de soledad y sus primos hermanos la depresión y la ansiedad, pueden agobiar la vida al punto de buscar con desesperación vías rápidas para combatir tales sentimientos, pero la respuesta no está en el alcohol, las drogas o el sexo. Estos remedios temporales no son la solución.

El plan de Dios para nosotros es vivir en una comunión donde encontraremos apoyo, compañerismo, estímulo, donde podamos servirnos los unos a los otros, animarnos y fortalecernos. Ese contexto es la iglesia, una gran familia formada por otras familias y por personas que tal vez llegaron solas pero que han encontrado un lugar a donde pertenecen, han vuelto a casa. Por eso Dios se identifica como nuestro Padre, el padre de una multitud de hijos suyos, de toda edad, lengua, linaje y nación.

Oración:

Dios, gracias por hacerme parte de tu familia, ahora se que me has rodeado de personas para bendecir mi vida y a las que yo también puedo ayudar, servir, animar y bendecir. Gracias por ser mi Padre celestial y por proveerme de padres, madres y hermanos en Cristo. Ayúdame a caminar con ellos en el mismo amor con el que tú nos enriqueces cada día, en Cristo Jesús, Amén.

Punto de acción.

Si aún no lo has hecho o si nunca lo has experimentado, busca una comunidad de creyentes en donde puedas conectar con el pueblo de Dios, busca una iglesia y congrégate en ella y si ya perteneces a una, identifica aquellas personas que no has visto en algún tiempo y llámales o mándales un mensaje para invitarles a volver a la iglesia.