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Indivisible

En nuestro deseo por superarnos, querer mejorar, o cambiar cuestiones personales, solemos estar atentos a todo lo que nos falta. Tenemos la tendencia de mirar el vaso “medio vacío”, en lugar de todo lo que sí ya tenemos: que no somos tan lindos como el de al lado, que no tenemos las mismas habilidades, que el otro es más capaz, que no tengo tanta plata, etc. Y tal vez, vamos mejorando en algunas áreas de nuestra vida, pero aún así, no podemos valorarlo, ni ponernos contentos por esos logros, y mucho menos agradecerle a Dios por ellos.

Las redes sociales incrementaron este sentimiento de falta constante. Sobre todo cuando necesitas algo, y pareciera que tu celular te escuchó, ¡y te comienzan a aparecer publicidad todo el tiempo! ¿Cómo lo hacen? ¡Jaja! Pero no creas que tiempo atrás estas cuestiones no pasaban. Cuando Dios llama a Gedeón (Jueces 6) para derrotar a los madianitas (pueblo enemigo de Israel), él empieza a compararse con los demás diciendo que su familia era pobre, que él era chico, dudando de lo que el Señor podía hacer a través de su vida.

Mi autoestima se ve reafirmada porque entiendo el lugar que Dios me dio dentro del cuerpo de Cristo. Es ahí cuando aprendo a valorar las capacidades, dones, ideas y sueños que Él puso en mí. Es en esta valoración mutua y recíproca, y Dios en nosotros, donde encontramos el crecimiento, la expansión, la multiplicación, de nosotros mismos, y de la iglesia local.

Eres único, distinto, especial. ¡Valora eso! No intentes ser la copia de otra persona, ni te esfuerces por conseguir todo lo que tu amigo tiene. El plan de Dios para tu vida es personalizado. El aporte que tú haces al cuerpo de Cristo es único. Todo lo que eres, en las manos de Dios, nos potencia a todos.