Por Qué Oramos Muestra

La recompensa de la oración

El Padre Nuestro es uno de los pasajes de la Escritura más conocidos y practicados. En todo el mundo, durante los últimos dos mil años, los cristianos han seguido el modelo de Jesús sobre cómo debemos orar, recitando el Padre Nuestro en catedrales y hogares.

La oración es un aspecto esencial de cualquier relación con Dios. Es nuestro conducto de comunicación con lo divino. Como tantas cosas destinadas al bien, a menudo las tergiversamos para servirnos a nosotros mismos y la oración no es una excepción. Utilizamos la oración como una oportunidad para enumerar nuestras demandas ante Dios, perdiendo la parte de la comunicación que implica escuchar. O bien, oramos en voz alta en presencia de otros, convirtiendo la oración en una actuación para nuestro beneficio en lugar de enfocarnos en Dios.

Es a lo que alude Jesús en el Sermón de la Montaña cuando aborda el tema de la oración. Nos dice cómo orar y por qué orar. Y lo que es más importante, nos dice por qué oramos: La oración nos conduce a un gran beneficio.

A menudo pasamos por alto la promesa de la recompensa que encabeza el Padre Nuestro. Dios está diciendo que, si oramos correctamente, no como una actuación ante los demás, sino como una comunión en secreto con Dios, recibiremos un beneficio. Un tesoro. Una recompensa.

¿Cuál es la recompensa? Es multifacética. La primera recompensa de la oración es la intimidad con Dios. Pasando tiempo con él, llegamos a conocerlo mejor. Pero el Padre Nuestro también nos conduce a la intimidad con nuestra familia y amigos. El Padre Nuestro refleja un tema del Sermón de la Montaña. Enseña que nuestra comunión y nuestro camino con Dios dependen de cómo tratemos a los demás.

El Padre Nuestro nos capacita para buscar la armonía con los demás y vivir con un espíritu de perdón. Para elegir una perspectiva que nos lleve a una vida llena de bendiciones y ausente de ofensas. Parte de esto es razonablemente práctico. El perdón nos libera de ser controlados por la ira o la amargura.

La oración no es una actuación ni una obligación. Es el camino hacia relaciones gratificantes con Dios y con los demás.