Venga tu ReinoMuestra

ORACIÓN:

Dios, quiero tener una fe inquebrantable. Enséñame a confiar plenamente en ti.

LECTURA:

Probablemente sabes cómo termina esta historia. Pedro mira hacia arriba y ve el viento y las olas y se asusta. Pierde la concentración en Jesús, comienza a hundirse en el agua y Jesús tiene que llegar a salvarlo. En esta historia nos centrarnos en el fracaso de Pedro, pero ¿qué pasa con la tremenda fe en Jesús que debe haber necesitado Pedro para pararse en las olas? Es una fe extraordinaria. Más fe que la de cualquier otro en el barco. Pedro creyó en el poder de Jesús y se convirtió en el único hombre que ha cruzado la superficie del mar. Bueno, es decir, el único hombre que no era también Dios. 

Normalmente estamos tan aterrorizados por el fracaso que nunca salimos confiando en que Dios hará lo increíble. Al igual que los otros discípulos, mantenemos nuestros pies firmemente plantados en la barca y observamos cómo otro pisa las olas. Puede que incluso celebremos cuando se tambalea a manera de justificar nuestra decisión de quedarnos en lo seguro. 

Tal vez hagamos esto toda la vida para no fracasar de forma públicamente embarazosa, pero tampoco tendremos éxito en nada que merezca la pena plenamente. ¡Qué tragedia! El pastor y autor A.W. Tozer dijo: "Dios busca personas a través de las cuales pueda hacer lo imposible. Qué pena que sólo planifiquemos cosas que podamos hacer por nosotros mismos"

¿Qué pasaría si confiáramos en Dios con la imprudencia de Pedro cuando saltó de aquella barca? Seguro que empezó a hundirse, pero no antes de dar varios pasos hacia lo imposible. Y al final, Jesús no dejó que se hundiera. 

Incluso en medio del fracaso, Pedro y Jesús compartieron un momento juntos que nunca se repetiría. Y si pudieras preguntarle a Pedro sobre ese momento, probablemente te diría que nunca se arrepintió de haber salido de esa barca.

REFLEXIÓN:

¿Puedes imaginar lo que se sentiría al confiar en Jesús hasta el punto de no ser prudente? Se sentiría aterrador, emocionante, o ambas cosas? 

Ve a uno de tus lugares favoritos y más cómodos. Tal vez sea un sofá acogedor o algún lugar al aire libre. Una vez que te hayas acomodado, respira lenta y profundamente mientras te quedas quieto ante Dios. 

¿Hay algo que te impide rendirte a la forma en que Dios quiere moverse en ti? Tómate unos momentos y pídele que te muestre qué es lo que se interpone y luego deposítalo ante El. Pide a Dios que trabaje en tu corazón de la manera que le plazca para ayudarte a confiar en Él hasta el punto de ser imprudente. 

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