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 Como hemos visto en Juan 15, como cristianos debemos amar a Dios y habitar en Cristo. También debemos amar a nuestro prójimo. Nuestra relación final es amar al mundo, nuestro prójimo lejano, aquellos que todavía no creen en Dios. Es a través de ver cómo los creyentes nos preocupamos los unos por los otros, que los no creyentes se sentirán intrigados como para prestar atención. Es la forma en la que nos tratamos unos a otros, que le mostrará al mundo que Cristo está en nosotros. 

Cuando Jesús habla acerca del mundo, habla de la humanidad, más específicamente de los no creyentes. Algunas veces se refiere al sistema del mundo, los valores y creencias primordiales, que son opuestos a los valores de Dios. Jesús les dijo a sus discípulos que sufrirían persecución y que el mundo los odiaría. El ser parte tiene un costo. No podemos vivir una buena vida para el Señor sin recibir golpes de parte del mundo; sin embargo, estamos llamados a amar al mundo. 

Nuestro impacto en los no creyentes, el mundo, tiene dos factores principales: las palabras y las obras. No es suficiente tener una sin la otra. Ambas son el corazón y el alma de producir fruto de una manera efectiva. Jesús habló con palabras y realizó obras que provenían directamente de Dios. Las dinámicas de su ministerio son tanto verbales como visuales. 

La mejor manera en la que podemos amar al mundo es ser testigos para los que no creen, ayudarles a recibir la vida eterna. Jesús dice en Juan 15:26–27: «Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio». El evangelismo es principalmente la obra del Espíritu Santo; él es quien va delante nuestro. 

Producir fruto es hablar de nuestra propia experiencia con Cristo, y no simplemente compartir conocimiento acerca de él. Es enfocarnos en lo que realmente importa: la persona magnética de Jesús; es en él que los corazones se ablandan, se estimula el arrepentimiento, los pecados son perdonados y las vidas son transformadas.

Cuando somos testigos efectivos, nos mantenemos completamente enamorados de Jesús, habitando en él. Lideramos de forma sorprendente, como Jesús lo hizo, sorprendiendo a los no creyentes, antes de intentar ganarlos para el Reino. Nos acercamos a los no creyentes en su territorio y nos ponemos en su nivel; estamos llamados a ir en medio de ellos. Por último, atraemos toda la atención hacia Jesús; no nos distraemos en tratar de ganar discusiones, pero llevamos la atención al Rey por sobre todas las cosas. 

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