El recuento de los dañosMuestra
¿Qué haces orando?
Enseñamos tanto sobre la oración como parte de la vida cristiana que podemos caer en un pequeño error que puede ser determinante para nuestra vida. Pensamos que nuestra única participación en los problemas se reduce a la oración.
Desde luego, orar es indispensable en nuestra relación con Dios, pero hay un momento para orar y un momento para hacer.
La primera vez que me encontré con esa verdad fue leyendo sobre la salida de Israel de Egipto. Ahí están, millones de almas escapando del ejército egipcio. Sí, los que inicialmente salieron pacíficamente y hasta despojando a sus captores, ahora corren. Faraón había cambiado de parecer una vez más -vaya novedad- y ahora salía, con el ejército más poderoso de la época, a perseguir a los esclavos más indefensos de entonces. Millones, pero indefensos. Jamás habían blandido una espada, jamás habían organizado un ataque y ahora tenían detrás a una súper potencia militar.
¿Qué haría yo en lugar de Moisés? Lo mismo. Con el corazón en la garganta, con miles de pensamientos tropezando unos con otros en mi cabeza, caería de rodillas a clamar, no sólo orar, implorar por la vida de mi pueblo y la mía. Es lógico, he visto a Dios desplegar plagas funestas sobre Egipto. Él debe tener mi respuesta. Oro.
Josué viviría algo similar en circunstancias diferentes. Han pasado muchos años desde la salida de Egipto. Ahora Israel tiene un ejército temido. Acaban de pasar por Jericó “sin dejar títere con cabeza”. Curiosamente, no sucedió lo mismo con Hai, pues, aunque era un pueblo prácticamente insignificante, Israel cayó derrotado delante de ellos.
¿Qué hace Josué? Lo lógico: orar, clamar por ayuda. Ha visto a Dios hacer maravillas incontables, si alguien puede hacer algo ahora, ciertamente es Dios.
¿Qué tienen ambas circunstancias en común? Pues, en ambos casos, Dios le dice al que está clamando: “¿Qué haces orando?”
¡¿Cómo?! Acabo de perderme, ¿no se supone que debemos orar sin cesar? ¡Claro! Es lo que debemos hacer siempre, pero no todo se reduce a la oración. En estos dos casos, Dios les demanda hacer algo, ponerse manos a la obra.
Está fabuloso que oremos, pero no podemos quedarnos en eso. Es necesario orar con reconocimiento absoluto de nuestra incapacidad, pero además, hacer todo lo que esté a nuestro alcance, agotar nuestros recursos en lo que a nosotros compete.
Santiago luego dirá que la fe sin acción está muerta, y encaja perfectamente con lo que sucede aquí para Josué y Moisés. Hay que creer con todo el corazón, orar con convicción y, como diría Pedro, esforzarnos al máximo en respuesta a las promesas de Dios.
En el recuento de los daños, soñar nuevas cosas, recuperar nuestras finanzas, reconstruir un matrimonio o hallar nuestra identidad, requerirá oración, desde luego, pero también ponerle acción. Mientras oro para que Dios sane mi economía, me pongo a trabajar en lo que se presente. En tanto oro pidiendo que Dios sane mi matrimonio, doy todo de mí para amar a mi pareja como Jesús ama a la iglesia. Oro y hago.
¿Qué estás haciendo tú que demuestre que realmente crees que Dios hará según oras? Si Jesús estuvo dispuesto a bajar a la tumba por rescatarte, ¿no estará dispuesto a entrar al pozo actual para sacarte? Sólo falta que tú también te pongas en acción. ¿Qué vas a hacer?
Carlos Alberto Paz
Pastor principal - Jazôn
Esperamos que este plan de lectura te haya servido. Si quieres aprender más sobre este tema, te invitamos a ver o escuchar la serie completa de prédicas: El recuento de los daños.
Acerca de este Plan
Quizás hayas sentido que tu vida se ha sacudido y muchas cosas se han dañado, quebrado, roto o perdido. La buena noticia es que hay esperanzas. Jesús es especialista en buscar y salvar lo que se ha extraviado. Hagamos el recuento de los daños y dejemos que sea Él quien nos restaure.
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Nos gustaría agradecer a Jazôn por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: http://www.jazon.info/