VENCEDORES CON EL FRUTO DEL ESPÍRITUMuestra

 Bondad: Virtud desatada 

  La bondad es intencional, nadie es bueno por defecto. Escojemos lo bueno antes que lo malo, resistimos el mal y nos decantamos por el bien, disponemos activamente nuestro corazón para las cosas de arriba mientras caminamos por el mundo aquí abajo, todo por su Espíritu. Y a medida que emerge el fruto del Espíritu y crece en nuestra vida, su bondad glorificará a Dios y cimentará su realidad en el mundo que nos rodea. Vivimos y trabajamos y aspiramos como todos los mortales del planeta, comiendo y vistiendo a la moda, disfrutando de las cosas buenas que los hombres y las mujeres hacen como personas mundanas. Pero no somos personas mundanas.

Los hijos de Dios no usan indicaciones externas como modas, posesiones o estatus para expresar la bondad de Dios, sino que caminan por las calles como cualquier otra persona. Sin embargo, cuando lo hacemos permitimos que el Espíritu Santo exprese su bondad tal como Jesús lo hizo y nos alentó a hacer en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. 

La bondad del Espíritu se desarrolla como una vida llena de virtud en un mundo lleno de vicio que glorifica el egoísmo y la corrupción en todas sus formas, desde detalles de moda hasta el entretenimiento depravado, pasando por un significado distorsionado de la familia, y todo lo que hay entre medias. Su bondad brilla como una luz donde la oscuridad, la pretensión, la adulación y el ensimismamiento se celebran como bienes morales.

Para un mundo cuya idea de bondad resuena desde su propia oscuridad y corazón pecaminoso, la bondad de Dios arde como una antorcha de esperanza desde nuestras vidas a medida que crece en nosotros como un fruto del Espíritu. Y así como Él nos ha llamado “por su gloria y su excelencia” (2 Pedro 1:3), podemos llamar a otros mediante la bondad de Dios que florece en nosotros. Por eso en 2 Tesalonicenses 1:11 el apóstol Pablo oró que “…cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder”. ¡Amén!