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Después de que arrestaron a Esteban, lo llevaron ante el concilio de Jerusalén. Esteban predicó el evangelio de Cristo a través de la historia de la nación de Israel. Su testimonio proclamaba que Jesucristo era el Hijo de Dios, el Mesías prometido, el que quitó los pecados del mundo.

Al final de su mensaje, Esteban proclamó que el Dios Altísimo no puede habitar ni ser contenido en un templo. Los rituales y comportamientos de los judíos durante ese tiempo reflejaban la creencia de que la presencia de Dios permanecía con ellos porque ellos tenían el templo. Esteban citó a Isaías 66, donde Dios dijo que no podía estar contenido en una estructura hecha por el hombre porque Él mismo había hecho todas las cosas.

El testimonio de Esteban realzó la deidad de Cristo. La encarnación de Cristo (Dios hecho hombre) eliminó la necesidad del templo. La presencia de Dios ya no residía en el templo de Jerusalén, sino que ahora estaba, y aún está, dentro de los corazones de Su pueblo. Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, el Espíritu Santo mora en nosotras y nos permite tener acceso a la presencia de Dios en todo tiempo.

Padre Dios, te alabo por enviar Tu Espíritu Santo a vivir en mí. Tu Espíritu me capacita cada día para seguir Tus mandamientos, para amar a los demás, y para dar a conocer Tu nombre. Ayúdame a estar atenta al Espíritu a medida que avanzo día a día. Amén.