Tocando fondoMuestra

Durante el año 2019, pasé, casi todo el año, por una de las crisis que más me ha golpeado en lo personal. Sentí, literalmente, cómo la arena de ese desierto llegaba a incrustarse en mi alma. En las noches, no dormía bien y, en el día, no sentía seguridad al andar. Deseaba, como no tienes idea, alejarme de todo y de todos y esconderme en mi cueva.

Hace miles de años, hubo otra persona que pedía hasta su muerte, y que decidió aislarse en una cueva: Elías. Como muchos, ahorita, estaba encerrado en su cueva, cautivo por el miedo.

Yo sé que todos tenemos una historia triste para contar, una más triste que la anterior. Al escribir este devocional, vienen a mi memoria los recuerdos de muchas cosas que me pasaron y de muchas que permití que se me incrustaran en el alma. Estas me quitaron la paz, como te conté al principio.

Las cosas buenas y malas pueden llegar a adherirse demasiado a tu alma. Las buenas, automáticamente, sin preguntarte, se quedan adheridas y, difícilmente, puedes olvidarlas. Pero, ¿qué hay de las malas? Tú decides si quieres cargarlas, porque son como un poco de levadura: si se lo permites, irá creciendo poco a poco y lo hará hasta que olvides las cosas buenas. Eso mismo te llevará a encerrarte en una cueva.

Y, si hoy estás en una cueva, Dios no se ha olvidado de ti. Aunque parezca un cliché, Él va a encontrarte así sea la cueva más recóndita. Él, con su suave y apacible voz te preguntará: “¿Qué haces aquí?”.

¡Él te encontrara! ¿Por qué estoy tan seguro? Porque, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, Dios busca al hombre. Dios, el mismo que ordenó el cosmos y nos creó, te busca hasta encontrarte.