Vivir renovado: Después del divorcioMuestra
Tu parte
Cuando un matrimonio se termina, es normal mirar hacia atrás y preguntarse qué fue lo que pasó. Queremos una explicación clara, como si eso fuera a disminuir el dolor. Si sólo supiéramos por qué, podríamos sanar y seguir adelante. Es fácil plantear la pregunta. Lo difícil es admitir que no toda la culpa puede recaer sobre una sola persona. Ya sea que fuéramos agresivas o pasivas, desempeñamos un papel en el daño de nuestra relación.
Cuando mi esposo me abandonó, me pidió que no lo buscara por dos semanas. Había sido mi compañía por tanto tiempo que no sabía cómo iba a pasar dos días, menos dos semanas sin hablarle. Pero decidí respetar su deseo, pensando que si lo hacía, me extrañaría y cambiaría de parecer.
En algún momento durante esas tristes semanas, decidí hacer algo productivo con mi tiempo. Sabía que éramos dos personas en nuestra relación y que tal vez yo no había hecho todo de la forma correcta. Así que, dejé de ver todo de color rosa e hice una introspección en cuanto a mi rol en su decisión de terminar nuestro matrimonio.
Pensé en todas las veces en que yo le había reprochado haber dejado sus zapatos en las escaleras. Cuando me había burlado de él frente a sus amigos y compañeros de trabajo. Las veces en que abiertamente cuestioné su inteligencia o dudé de sus fuerzas. Fue difícil de admitir, pero me di cuenta de que había sido esa esposa que constantemente hacía sentir inferior a su esposo.
Dios usó ese momento para humillarme. No solo no fui la esposa perfecta que imaginé ser, sino también había contribuido a un ambiente tóxico en el hogar donde ninguno de los dos se sentía seguro de ser nosotros mismos. Mi necesidad polémica de estar en control drenó lentamente la confianza y el respeto de nuestro matrimonio. Sabía que si yo quería una relación sana, debía aprender a aceptar las imperfecciones de los demás. Necesitaba descubrir cuándo callarme y cuándo hablar palabras de vida. Le pedí a Dios que me ayudara a ser una esposa que ama, respeta y honra a su esposo.
Tal vez mi historia te resulte familiar y tu necesidad de controlar todo y a todos es lo que está colmando tus relaciones. O a lo mejor, tu error está en elegir distraerte de tus problemas al irte de compras, de fiesta, o involucrarte en relaciones inadecuadas. Tal vez eliges llenar tu tiempo haciendo cosas por los demás en lugar de abrirte para tener una mayor intimidad con ellos. O tal vez niegas constantemente tus necesidades para mantener la paz y no herir susceptibilidades. Ninguno de estos métodos es sano. Ninguno te lleva a tener relaciones más sólidas.
No importa la razón por la que tu matrimonio terminó, Dios desea usar tu dolor para tu bien. Si se lo permites, Él quitará tu necesidad de control, indulgencia, mantenerte ocupada o esconderte. Te sanará y restaurará para hacer de ti una versión más fuerte y compasiva. Pide a Dios que te revele cómo puedes ser más como Él y amar mejor a las personas a tu alrededor.
Dios Padre, admito que no soy perfecta. Te necesito en mi vida cada día. Toma mi orgullo y revélame los errores que a menudo cometo en las relaciones. Sana las heridas que causan que hiera a otros. Muéstrame cómo amar, respetar y honrar a los demás. Hazme más como Tú para que pueda amar con valentía, de manera intencional y llena de gracia. Ayúdame a convertirme en la mujer que me creaste para ser. ¡En el nombre de Jesús, amén!
Acerca de este Plan
El divorcio aflige el corazón de Dios. Él odia vernos sufrir y cargando culpa, vergüenza y miedo. A pesar de nuestros errores, Él anhela que aceptemos Su gracia y sepamos que somos valorados, apreciados e irremplazables. No importan tus circunstancias, este Plan te ayudará a encontrar la sanidad de tu divorcio, para que puedas vivir la vida redimida que Dios tiene para ti—una llena de esperanza, gozo y propósito.
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