El discipulado es un compromiso radical (parte II)Muestra

Lo que para los hombres es imposible, para Dios no

Tras la negativa del joven a vender todo para después seguirle, Jesús indica lo difícil que es entrar en el Reino. Más que difícil, prácticamente imposible, si las riquezas han hecho de él un pobre esclavo de lo terrenal. Jesús les dijo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios. Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios». Pero interesa destacar la respuesta de Jesús ante el asombro temeroso de sus discípulos, que preguntan quién podrá entonces salvarse: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible».

Ante la llamada de Jesús al seguimiento, que equivale a la invitación a amar sin limitación alguna, el ser humano está sin posibilidad real de respuesta positiva. La radicalidad de la llamada le hace consciente de su debilidad. Y es, precisamente, desde la debilidad asumida desde donde puede sentirse remitido con confianza a la fuerza de la gracia de Dios.

La llamada del amor es lo que hace sentir al hombre como desarbolado y sin abrigo. Para desconcierto de moralistas, Jesús no apelará a las fuerzas de la voluntad del hombre, ni negará la imposibilidad de lo que el hombre pudiera hacer en su esfuerzo, sino que se limitará a remitirle a la gracia de Dios, ya que lo que es imposible para los hombres, para Dios es posible. Solo lo aceptan aquellos a quienes se les concede aceptarlo.

Al comprender luego esto, decía Pablo: «Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte».

Ante la radicalidad del llamado de Jesús, el ser humano se reconoce y se siente débil. Pero el reconocimiento de la debilidad debe remitir al que ha sido llamado a la gracia de Dios, no a la «rebaja» o a la «trampa» del falso «atajo». La gracia de Dios es mayor que cualquier imaginación humana, tanto que nos sorprende en la expresión de su generosidad y sobrepasa lo esperado por el hombre, al punto que lo hace dudar de si en realidad es así de bueno. Pero Cristo no duda, Él ya lo hizo todo completo y pleno.