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El Credo de los Apóstoles: SalvaciónMuestra

El Credo de los Apóstoles: Salvación

DÍA 10 DE 14

El Evangelio en el Antiguo Testamento: Isaías 52:7

Muchos cristianos modernos no se dan cuenta de esto, pero la palabra evangelio, que significa buenas nuevas, viene del Antiguo Testamento. En particular, la encontramos en Isaías 52:7 y 61:1, y Nahúm 1:15. Para citar un ejemplo, consideremos lo que dice Isaías 52:7:

¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!. (Isaías 52:7)

En el Antiguo Testamento, las “buenas nuevas” o “evangelio” eran que Dios salvaría a su pueblo venciendo a sus enemigos. En un sentido estricto, estas eran las buenas nuevas que Dios rescataría a su pueblo de la opresión de sus enemigos terrenales. Pero en un sentido más amplio, eran las buenas nuevas que Dios revertiría todas las maldiciones que resultaron de la caída en pecado de Adán y Eva. Él extendería su glorioso reino celestial sobre toda la tierra, y finalmente bendeciría a todos los que tuvieran fe en Él.

Por supuesto, la salvación que Dios proveía en el Antiguo Testamento estaba basada en la futura victoria de Cristo. A pesar de que Cristo no había venido a morir por los pecados, él ya había prometido que moriría en beneficio de su pueblo. Y esa promesa fue suficiente para asegurar la salvación. De hecho, toda esperanza de salvación en el Antiguo Testamento apuntaba a Cristo y lo que él lograría.

Consideremos la forma en que Hebreos 10:1-5 describe los sacrificios del Antiguo Testamento:

Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros… porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. (Hebreos 10:1-5)

El autor de Hebreos indicó que los sacrificios del Antiguo Testamento eran sólo sombras de la realidad que fue realizada posteriormente en Cristo. Los sacrificios de animales nunca pudieron expiar perfectamente por el pecado debido a que Dios requería que el pecado humano fuera castigado con la muerte humana. Pero ellos podían y de hecho apuntaban a Jesús, cuya muerte humana fue perfectamente suficiente y una expiación efectiva para el pecado.

Como parte del evangelio del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios fue enseñado que un día Dios levantaría a todos los muertos de la humanidad, y los juzgaría por sus obras. Aquellos que hubieran vivido rectamente, habiendo tenido fe en Dios, serían bendecidos perpetuamente. Pero aquellos que se rebelaron contra Dios serían condenados a un futuro de perpetuo sufrimiento. Ambos de estos tipos de consecuencias continuarían por siempre en una forma corporal. Los teólogos cristianos comúnmente se refieren a este evento como el juicio final.

Como lo vimos en una lección previa, el Credo de los Apóstoles se refiere al juicio final en la línea:

Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Quizás la declaración más clara de la idea de que el juicio final que envuelve la resurrección del cuerpo se puede encontrar en Daniel capítulo 12, donde un mensajero angelical le reveló a Daniel que en el futuro Dios libraría a su pueblo de la opresión.

Consideremos lo que aparece en Daniel capítulo 12:1-2:

Pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. (Daniel 12:1-2)

Daniel se refiere específicamente a la resurrección del cuerpo cuando habla de aquellos que duermen en el polvo de la tierra. Las almas no duermen en el polvo de la tierra; los cuerpos sí. Y son esos cuerpos los que se levantarán en el juicio final.

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