Un discipulado trascendenteMuestra

Discipulado es morir a uno mismo

¿Cuándo se convierte usted en un discípulo de Cristo? Cuando ayuda en alguna actividad de la iglesia, o cuando canta con toda sinceridad, no precisamente. Los primeros seguidores de Cristo se convirtieron en discípulos cuando le obedecieron, y dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron.

La obediencia al mandato de Cristo, «Sígueme», resulta en la muerte a uno mismo. El discipulado en el reino, sin la muerte a uno mismo es meramente una abstracción filosófica, es un reino sin el reinado del Rey. Quizá el error fundamental de muchos creyentes, consiste en quedarse solo en el hecho de recibir la salvación, y no avanzan a convertirse en discípulos. Sitúan ambos estados en distintos niveles de la madurez espiritual, al no entender que la obediencia a las demandas más radicales de Jesús, de «tomar la cruz y seguirlo», es una respuesta natural e implícita de la naturaleza e impartición del salvado. Esta posición se fundamenta en la creencia errónea que la salvación es primariamente para el beneficio del hombre: hacerlo feliz y evitar la condenación eterna.

Mientras el don de la salvación de Dios responde a la necesidad fundamental del hombre, la posición humanista de «acéptalo por tu propio bien», ignora por completo la razón por la cual Cristo murió en la cruz. Dios hace provisión de la salvación para el hombre, con el propósito de traer, por encima de todo, gloria a sí mismo de parte de un pueblo que tiene el carácter de su Hijo. La gloria de Dios es más importante que el bienestar del hombre. 

Nadie que entienda el propósito de la salvación, se atrevería a especular, sobre si una persona puede ser salva sin aceptar el señorío de Cristo. Él no puede ser el Señor de mi vida, si yo soy el señor de mi vida. Para que Cristo viva en mí, yo tengo que morir. No puedo convertirme en un discípulo sin morir a mí mismo e identificarme con Cristo, quien murió por mis pecados y que yo morí juntamente con Él. Un discípulo sigue a su maestro, aun hasta la cruz.

Por mucho tiempo luché para poder comprender las implicaciones prácticas de la «muerte a uno mismo». ¿Cómo podría, ésta decidida renuncia de mí mismo, encarnarse en mi vida? Lo comprendí finalmente mientras meditaba en las palabras del apóstol Pablo: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.