Madurez en CristoMuestra

La aparición del Señor

Con respecto a la aparición del Señor, del griego epifanía, es el hecho por el cual su persona, invisible hasta entonces, es por fin vista, o hecha visible. Tal fue la primera aparición de Cristo, vino en gracia, como hombre en este mundo. Tal será su segunda aparición en juicio y en gloria, cuando «todo ojo le verá» y seguirá siendo visible desde entonces.

En cuanto a la aparición de Cristo, los frutos de la conducta de todos los redimidos, serán manifestados a los ojos de todos y se consumará el reino eterno del Señor. «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es».

Con respecto a la primera aparición, epifanía de Cristo, tiene que ver con la obra del Cristo Encarnado.

Con respecto a la segunda aparición, tiene que ver con la obra del Cristo reinante, donde ya todos sus enemigos son puestos debajo de sus pies y todo lo corruptible se vista de incorrupción.

Cuando se habla de la manifestación de Cristo, del vocablo griego fanerosis que proviene del verbo, faneróo, es el hecho de poner en evidencia, traer a la luz pública, presentar delante de, hacer énfasis sobre Aquel que está ahora oculto en Dios, pero cuya existencia es ya conocida. Es la experiencia que acontece en la manifestación de los hijos de Dios.

En la Biblia hay tres frases cortas que nos revelan la naturaleza de Dios: 

• «Dios es Espíritu», (Juan 4:24); 
• «Dios es amor», (1 Juan 4:8, 16); y 
• «Dios es luz», (1 Juan 1:5). 

Estas tres frases no describen cómo es Dios, sino qué es Dios. Él no solo es espiritual, sino que es Espíritu; no solo es amoroso, sino que es el amor mismo; y Él no solo está en la luz, sino que es la luz misma. Por consiguiente, si tenemos a Dios, también tenemos el Espíritu, el amor y la luz. Estos satisfacen las grandes necesidades del hombre. La ética y la moralidad humanas no alcanzan a satisfacer lo que Dios, en su salvación ofrece al hombre, pues cuando nacimos de Dios, llegamos a ser partícipes de lo que Él es en su naturaleza; participamos de Él como Espíritu, como amor y como luz.