Saúl reunió a su ejército en Telaim. Contó a todos sus hombres, y eran doscientos mil soldados de infantería, sin contar a los diez mil hombres de Judá que se le unieron. Se dirigió a la ciudad principal de Amalec para atacarla, y acampó junto a un arroyo. Desde allí les mandó este mensaje a los quenitas: «¡Aléjense de los amalecitas! ¡Salgan de esa ciudad! Cuando nuestro pueblo salió de Egipto, ustedes nos trataron muy bien; por eso no quiero que ustedes mueran junto con los amalecitas».
Luego Saúl atacó todo el territorio de Amalec, desde Havilá hasta Sur, que está al este de Egipto. Mató a toda la gente de Amalec, y a todos los animales débiles y de poco valor. Solo dejó vivo al rey Agag y a los mejores animales de los amalecitas.
Entonces Dios le dijo a Samuel: «Saúl no me hace caso ni me obedece. ¡Lamento haberlo hecho rey!»
Al oír esto, Samuel se preocupó mucho y se pasó toda la noche rogándole a Dios que perdonara a Saúl. Cuando ya estaba amaneciendo, Samuel se levantó y se fue a buscar a Saúl, pero le dijeron que se había ido a Carmel para levantar un monumento en su honor, y que de allí se había ido a Guilgal.
Samuel se fue a buscarlo, y cuando lo encontró, Saúl le dijo:
—¡Que Dios te bendiga! Ya cumplí con las órdenes de Dios.
Samuel le preguntó:
—Si en verdad las has cumplido, ¿de quién son esas ovejas y esos toros?
Y Saúl le respondió:
—Son los mejores animales que los soldados les quitaron a los amalecitas. Los trajeron para presentárselos como ofrenda a nuestro Dios. Todo lo demás lo destruimos.
Pero Samuel se enojó y le dijo a Saúl:
—¡Silencio! Ahora voy a decirte lo que Dios me dijo anoche.
—¿Qué fue lo que te dijo? —preguntó Saúl.
Y Samuel le contestó:
—Aunque tú mismo reconocías que no valías gran cosa, Dios te hizo rey de Israel. Luego, Dios te ordenó claramente que destruyeras a los amalecitas y todo lo que les pertenecía. ¿Por qué desobedeciste sus órdenes? ¿Por qué te quedaste con lo mejor del ganado de los amalecitas?
Y Saúl respondió:
—Yo estoy seguro de haber obedecido a Dios. Lo que me ordenó hacer, lo hice. Acabé con todos los amalecitas, y al único que dejé con vida fue al rey Agag. Los soldados, por su parte, trajeron los mejores animales de los amalecitas para sacrificarlos en honor de nuestro Dios.
Pero Samuel le dijo:
«A Dios le agrada más que lo obedezcan,
y no que le traigan ofrendas.
Es mejor obedecerlo
que ofrecerle los mejores animales.
»Rebelarse contra Dios es tan malo
como consultar a brujos y a adivinos.
No está bien adorar a dioses falsos,
ni tampoco desobedecer a Dios.
Como tú no quieres nada con él,
Dios tampoco quiere nada contigo».
Saúl le dijo a Samuel:
—Tienes razón. Mi pecado ha sido no obedecer a Dios. Pero es que tuve miedo de los soldados; por eso los dejé hacer lo que querían. ¡Por favor, perdóname y acompáñame a adorar a Dios!
Pero Samuel le respondió:
—Dios ya no quiere que seas rey, porque no quisiste hacer lo que te mandó. Así que yo no te voy a acompañar.
Luego Samuel le dio la espalda a Saúl y empezó a alejarse. Pero Saúl agarró a Samuel por el manto, y de un tirón se lo arrebató. Entonces Samuel le dijo:
—Así es como Dios te va a arrebatar el reino de Israel, para dárselo a un israelita mejor que tú. El Dios que le da la victoria a Israel siempre cumple su palabra, no cambia de opinión, como lo hace la gente.
Saúl le rogó:
—Reconozco mi pecado pero, por favor, ¡trátame como rey delante de los jefes del pueblo y de toda la gente! ¡Ven conmigo y hagamos un culto para adorar a Dios!
Samuel aceptó ir con Saúl, y los dos adoraron a Dios. Luego, Samuel ordenó: «¡Tráiganme a Agag, el rey de los amalecitas!»
Mientras lo llevaban ante Samuel, Agag pensó que ya no lo iban a matar. Pero Samuel dijo: «Así como muchas mujeres sufrieron cuando mataste a sus hijos, así también va a sufrir tu madre, pues te voy a matar».
Y allí mismo en Guilgal, en presencia de Dios, Samuel cortó en pedazos a Agag. Luego Samuel regresó a Ramá, y Saúl se fue a Guibeá, que era donde vivía. Samuel jamás volvió a ver a Saúl, aunque siempre sintió por él una gran tristeza. Y también a Dios le causó pesar el haber puesto a Saúl como rey de Israel.