SEÑOR, no me reprendas en tu enojo ni me castigues en tu ira. Porque tus flechas me han atravesado y sobre mí ha caído tu mano. Por causa de tu indignación no hay nada sano en mi cuerpo; por causa de mi pecado no me quedan huesos sanos. Mis maldades me abruman, son una carga demasiado pesada para mí. Por causa de mi insensatez mis llagas hieden y supuran. Estoy agobiado, del todo abatido; todo el día ando afligido. Mi espalda está llena de dolores punzantes; no hay nada sano en mi cuerpo. Me siento débil, completamente deshecho; mi corazón gime angustiado. Ante ti, Señor, están todos mis deseos; no te son un secreto mis suspiros. Late mi corazón con violencia, las fuerzas me abandonan, hasta la luz de mis ojos se apaga. Mis amigos y vecinos se apartan de mis llagas; mis parientes se mantienen a distancia. Tienden sus trampas los que quieren matarme; maquinan mi ruina los que buscan mi mal y todo el día urden engaños.
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