Cuando ella se levantó, se fue inmediatamente de allí, se quitó el velo y volvió a ponerse la ropa de viuda. Más tarde, Judá envió el cabrito por medio de su amigo adulamita para recuperar las prendas que había dejado con la mujer; pero su amigo no dio con ella. Entonces preguntó a la gente del lugar: —¿Dónde está la prostituta del santuario de Enayin, la que se sentaba junto al camino? —Aquí nunca ha habido una prostituta así —le contestaron. El amigo regresó adonde estaba Judá y le dijo: —No la pude encontrar. Además, la gente del lugar me informó que allí nunca había estado una prostituta como esa. —Que se quede con las prendas —respondió Judá—; no es cuestión de que hagamos el ridículo. Pero que quede claro: yo le envié el cabrito y tú no la encontraste.
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