Después de esto, la palabra del SEÑOR vino a Abram en una visión: «No tengas miedo, Abram. Yo soy tu escudo y muy grande será tu recompensa». Pero Abram respondió: —Mi SEÑOR y Dios, ¿de qué me sirve que me des algo, si aún sigo sin tener hijos y el heredero de mis bienes será Eliezer de Damasco? Como no me has dado ningún hijo, mi herencia la recibirá uno de mis criados. —Ese hombre no ha de ser tu heredero —contestó el SEÑOR—. Tu heredero será tu propio hijo. Luego lo llevó afuera y le dijo: —Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia! Abram creyó al SEÑOR y el SEÑOR se lo reconoció como justicia. Además, dijo: —Yo soy el SEÑOR que te hizo salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra. Pero Abram preguntó: —Mi SEÑOR y Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?
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