Haz las maletas y prepárate para salir; el sitio está por comenzar. Pues esto dice el SEÑOR: «De forma repentina echaré a todos los que viven en esta tierra. Derramaré sobre ustedes grandes dificultades, y por fin sentirán mi enojo». Mi herida es profunda y grande mi dolor. Mi enfermedad es incurable, pero debo soportarla. Mi casa está destruida, y no queda nadie que me ayude a reconstruirla. Se llevaron a mis hijos, y nunca volveré a verlos. Los pastores de mi pueblo han perdido la razón. Ya no buscan la sabiduría del SEÑOR. Por lo tanto, fracasan completamente y sus rebaños andan dispersos. ¡Escuchen! Oigan el terrible rugir de los ejércitos poderosos mientras avanzan desde el norte. Las ciudades de Judá serán destruidas y se convertirán en guarida de chacales. Yo sé, SEÑOR, que nuestra vida no nos pertenece; no somos capaces de planear nuestro propio destino. Así que corrígeme, SEÑOR, pero, por favor, sé tierno; no me corrijas con enojo porque moriría. Derrama tu ira sobre las naciones que se niegan a reconocerte, sobre los pueblos que no invocan tu nombre. Pues han devorado a tu pueblo Israel; lo han devorado y consumido y han hecho de la tierra un desierto desolado.
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