Fe, Palabra y OraciónMuestra
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Ana
Jesús y no el milagro
Reflexión:
La historia de Ana, la madre de Samuel, la encontramos en 1 Samuel versículo 1 y 2. Ana no podía tener hijos, lo que en su tiempo implicaba ser estigmatizada por la sociedad. Además, tenía que soportar las constantes burlas de Penina, quien buscaba provocarla y herirla.
En un momento de profundo dolor, Ana fue a la puerta del templo para clamar al Señor, entregándole su sufrimiento y haciendo una promesa: si Dios le concedía un hijo, lo dedicaría completamente a Su servicio. Dios escuchó su clamor y le dio un hijo llamado Samuel. Fiel a su palabra, Ana lo crio y, después de destetarlo, lo llevó al templo para entregarlo al Señor, cumpliendo su promesa.
Es justo después de entregar a su hijo que leemos la porción Bíblica de hoy en 1 Samuel 2:1-10.
Ana respondió con adoración tanto en su tristeza como en su obediencia al entregar a Samuel. Su adoración estaba centrada en Dios. Es notable que no se enfocó ni en su hijo ni en su propio sacrificio; en cambio, dirigió su mirada al Dador del milagro, no al milagro en sí. Esta actitud nos desafía a mantener nuestra mirada fija en Dios, incluso en los momentos más difíciles.
Su adoración fue tan profundamente centrada en Dios que se convirtió en una oración profética. En el versículo 8, encontramos una alusión a la obra de Jesús: ‘Levanta del polvo al pobre, del muladar exalta al necesitado; para hacerlos sentar con príncipes y heredar un lugar de honor'.
Antes de que Jesús nos salvara, éramos como ese ‘pobre en el polvo’ o ‘necesitado en el muladar’. Pero gracias a Su obra en la cruz hizo que pudiésemos “levantarnos”, “hacernos sentar con los príncipes”, “ser herederos de un sitio de honor”.
De la historia de Ana aprendemos dos lecciones clave al pedir un milagro:
1. Persistir en oración
Ana no tuvo miedo de mostrarse tal cual estaba y cómo se sentía. Derramó no solo lágrimas, sino también todo lo que había en su corazón delante de Dios. Ana también siguió orando después de recibir su milagro, en el momento después de entregar a Samuel oró de esta forma tan maravillosa, llena de adoración al Señor.
Para Ana, la oración no era solo un medio para alcanzar un milagro, sino un hábito constante en su vida.
2. Fijar nuestros ojos en Cristo
Ana tenía un profundo deseo: ser madre y tener un hijo. Sin embargo, ese anhelo no era lo más importante en su vida. Su centro siempre fue Dios. Al pedir su milagro, Ana dirigió su mirada más al Dador del milagro que al milagro mismo.
Como Ana, fija tus ojos en Dios y entrégale tus anhelos. Acércate tanto a Él que todo lo demás, incluso aquello que más deseas, pase a un segundo plano frente a Su presencia y propósito en tu vida.
Oración:
Jesús, Tú nos has dado un lugar en tu mesa gracias a Tu sacrificio y nos invitas a la mesa cada día a disfrutar de Tu presencia, y es allí donde todo dolor, tristeza y anhelos pierden su valor; nuestros ojos se fijan en Ti y nuestra respuesta es adorarte siempre, maravilloso Cristo. Amén.
Escritura
Acerca de este Plan
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