Regalándolo todo…y recuperándolo de nuevoMuestra

Un legado imperecedero

En cada etapa de la vida, las preguntas que nos hacemos son diferentes. A los veinte, tendemos a preguntarnos: “¿Con quién me casaré y cuál será mi carrera?”. A los treinta, empezamos a preguntarnos: “¿Cómo me podré consolidar en mi carrera y cómo serán mis hijos?”.

A los cuarenta, empezamos a preguntarnos: “¿Es este el trabajo que realmente quería? ¿Por qué la vida es tan dura?”. A los cincuenta, empezamos a mirar tanto al pasado como al futuro: “¿Cómo me ha ido hasta ahora? ¿Qué haré que sea significativo en los próximos veinticinco años?”.

A los sesenta, nos hacemos preguntas más sencillas: “¿Resistirá mi salud? ¿Cuándo veré a mis nietos?”. A los setenta, empezamos a mirar al pasado y a preguntarnos: “¿Mereció la pena todo esto o alguien se acordará?”.

A los ochenta, es muy probable que nuestras pertenencias ya no sean tan importantes como antes. En cambio, las cosas a las que le damos mayor importancia son las intangibles:

• La llamada de un amigo
• Las caricias de tu esposo o esposa
• Un paseo tranquilo observando la creación de Dios
• La compañía de tus hijos
• La risa de tus nietos

Lo curioso de las preguntas que nos hacemos en la vida es que las que nos hacemos al final son las que deberíamos hacernos al principio. Es difícil crear una vida con sentido sin tener en cuenta nuestro final: ¿Qué esperamos, con qué soñamos en relación con nuestra vida, nuestra familia, nuestros hijos?

Espero que algunas de las preguntas que postergamos–sobre nuestra mortalidad, sobre nuestro sentido y éxito–podamos empezar a abordarlas ahora mismo. También deseo que nos demos cuenta de que no estamos hablando de finales, sino de legados imperecederos.

Aplicación: ¿Qué aspecto tiene el éxito para ti? ¿Tendrá el éxito un aspecto diferente cuando estés al final de tu vida?