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Hospitalidad

La hospitalidad es hacer espacio para que las personas estén con nosotros y se conviertan en comunidad—para que sean quienes son y se parezcan más a Cristo. En las Escrituras, los extranjeros son personas que viven en una sociedad distinta a la suya. En otros lugares la palabra extranjeros se traduce “forasteros”, “inmigrantes” o “residentes”. Los extranjeros son personas que aún no han sido asimiladas dentro de nuestra comunidad. La hospitalidad quiere decir hacer espacio para los extranjeros.

En Levítico, Dios ordenó a Su pueblo tratar a los extranjeros con hospitalidad. Es un mandamiento en cascada, empezando con no maltratarlos, luego tratarlos como si pertenecieran, y finalmente amarlos como a nosotros mismos. El mandamiento de Dios es amar a los forasteros y extraños como amaríamos a nuestras propias familias.

Considera también la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo, en Lucas 10:25-37. En este pasaje un maestro de la ley preguntó a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29). Jesús respondió con la parábola del Buen Samaritano como una representación de lo que significa amar a otros como familia. A través de esta parábola queda claro que nuestro prójimo es cualquiera, especialmente aquellos que necesitan el Evangelio.

Cuando Jesús contó esta parábola, estaba contando Su historia. La historia de cómo Él entró en el mundo del sufrimiento, el dolor y el pecado humanos, que nos habían dado por muertos. La historia de cómo Él nos recogió, nos llevó a un lugar seguro, pagó nuestras deudas, y curó nuestras heridas. La hospitalidad y el amor al extranjero son el centro de una vida sabia porque son el núcleo del propósito y la pasión de Cristo. Esto nos conduce al tercer aspecto de la hospitalidad: amar como has sido amado.

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