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«El caso de Jeremías»

El profeta Jeremías fue llamado por Dios, antes de su nacimiento, santificado y preparado para predicar un mensaje de juicio a una nación rebelde (y a las naciones), que había decidido obstinadamente rechazar el pacto que había hecho con Dios. Jeremías tenía que luchar a menudo con su llamamiento y con el tipo de mensaje que le tocaba predicar, el cual era contrario a lo que el pueblo quería escuchar. Su mensaje era de exilio y muerte, cosa que molestaba a su audiencia, y que se tornó aun en violencia física en contra suya. 

En este capítulo, después de referirse a la cantidad de viudas y madres sin hijos que quedarían en Jerusalén por causa de la desolación que vendría, Jeremías se dirige a su madre, en un lamento, por haberlo engendrado hombre de contienda y de discordia para toda la tierra. Es posible que Jeremías esté ligando este lamento a su llamado si tomamos en cuenta que su comisión provino desde el vientre de su madre para que fuera un profeta de Dios y quizá deseando no haber sido escogido para esa función. 

En este lamento, Jeremías revela que ha adquirido una reputación de hombre de contienda y discordia, y trata de justificarse diciendo que él no se ha envuelto en actividades que usualmente crean riñas, tales como prestar dinero y tomar dinero prestado, lo que evidencia que él no ha buscado conflictos. La respuesta de Dios para él en este caso fue de seguridad: «De veras te libraré para bien; haré que el enemigo te suplique en tiempos de calamidad y de angustia» (Jeremías 15:11 NVI).