«Un Intercambio Glorioso»Muestra

«Un intercambio glorioso»

La Palabra nos da a entender que el reino de Dios es tan valioso, que perder todo en este mundo para obtenerlo, es un intercambio glorioso. Mateo 13 ilustra, que cuando el hombre encuentra el tesoro, le produce un gozo de tal magnitud que vende todo lo que tiene con el único objetivo de obtenerlo. La Palabra nos ilumina para entender que lo que nos llena de gozo y nos satisface completamente, no son los regalos de Dios, sino Cristo mismo y la gloria de su nombre, ¡que el tesoro por el cual vale la pena perder todo es Cristo mismo!

El mismo Jesús, al anunciar su muerte, nos dijo: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». Si supieras que seguir a Cristo podría costarte la vida, ¿lo seguirías? Frente a la cruz es imposible permanecer indiferente, porque la decisión que tomemos sobre ella, decidirá nuestro futuro. Se trata de vida o muerte, de salvación o condenación. Lo tomas o lo dejas.

Pablo decía: «Estoy crucificado junto a Él, llevo por todas partes la muerte de Cristo y si vivo, vivo para Él, y si muero, muero para Él».

La Palabra de Dios siempre nos deja claro que hay solo dos reinos: el de la luz, si decides vivir para Dios, o el de las tinieblas, si decides vivir para ti mismo. La palabra es clara, jamás es ambigua. Jamás se contradice. 

En el capítulo seis del evangelio de Juan, encontramos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y luego «aquellos hombres, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero Jesús, entendiendo que iban a venir a apoderarse de Él y a hacerle rey, volvió a retirarse al monte Él solo».

Este es el mismo espíritu por el cual hoy las masas corren detrás de aquellos predicadores de la prosperidad. Nos ofrecen un Dios que nos provee a nuestro gusto, y en la forma en que creemos necesitar: alimento, salud, dinero, etc. ¡Las personas querían apoderarse inapropiadamente de Jesús! Este era el rey que ellos querían, ¡un rey a su servicio! Pero nadie puede poseer o apropiarse de Dios a su antojo. Sin embargo, los hijos de Dios a veces hablamos como si fuéramos los dueños de la verdad, cuando en realidad lo único que podemos hacer es estar sujetos a ella, puesto que la verdad es imposible de modificar pues es indestructible. El relato concluye: «Pero entendiendo Jesús esto, se retiró». ¡El Señor se fue! Cuando queremos apoderarnos indebidamente de Él, Dios se hace a un lado.