«El Sonido De Los Cielos»Muestra

«Todo con amor»

El Espíritu de Dios, no impulsa a la gente, a ostentar una posición de poder. Su poder, nunca se usa para intimidar o dominar. Él es exquisitamente amable y tierno. Se lamenta de nuestra dureza y amargura. La presencia del Espíritu en nuestra vida produce el fruto de «amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio». Los dones del Espíritu son como un fertilizante, que ayuda a las personas a cultivar el fruto espiritual.

Los cristianos de Corinto, debieron ser muy similares a nuestras congregaciones: ¡un poco desenfocados cuando se trata de entender la vida espiritual! Asumieron que podían usar el poder del Espíritu, y todos los dones, para llenar sus currículos y ganar prestigio entre los hermanos. Pablo los desengañó de esa noción errónea. A menudo usamos el «Capítulo del amor» en bodas, pero 1 Corintios 13, en realidad es una corrección fuerte para los cristianos de Corinto. 

Pablo dijo, que a Dios le irritan las personas que hablan en lenguas, pero que no están llenas de amor. Él no se siente impresionado por aquellos que tienen discernimiento espiritual, pero no sienten compasión. Le molestan aquellos que demuestran tener un poder espiritual milagroso, pero no se preocupan por los demás. No le agradan los sacrificios dramáticos, sin que estén motivados por el amor genuino a las personas. El amor, era muy diferente de lo que los corintios habían demostrado.

«El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá».

Las manifestaciones de los dones, no son el punto de referencia más importante de la vida espiritual. Éstos deben reflejar el amor de Dios derramado en nosotros, que se desborda hasta la vida de los demás. Sin eso, solo hacemos ruido. En nuestra congregación, no estoy despejando la plataforma y cambiando nuestro modelo de ministerio, para resaltar los dones espirituales de lenguas, profecía, sanidad y milagros. Ninguna de esas cosas importaba a Pablo, y no me importan a mí tampoco, si no profundizan nuestro amor hacia Dios, hacia nuestras familias, hacia nuestros vecinos, y hacia cada persona que conocemos. La prueba de lealtad a Dios no son los dones; es la bondad, la ternura y la compasión y ante todo el amor.