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La responsabilidad de la Iglesia en la misión de Dios

La Iglesia no fue dejada sola para cumplir la misión de Dios. Antes de ascender al cielo, Jesús prometió que el Espíritu Santo vendría sobre los discípulos y les daría poder (en griego, dýnamis). Este poder sobrenatural es la fuerza necesaria para vivir la vida cristiana y testificar con valentía. No es una capacidad humana, sino el poder mismo de Dios en acción a través de Sus hijos.

El llamado a ser testigos (en griego, mártyres) de Jesús es uno de los roles principales de la Iglesia. Ser testigo no significa solo hablar de Cristo, sino vivir una vida que refleje Su verdad y amor. La palabra mártyres también conlleva la connotación de sacrificio, lo que sugiere que, en muchos casos, dar testimonio puede implicar sufrimiento y persecución.

La misión de la Iglesia comienza en Jerusalén, pero se extiende hasta los confines de la tierra (en griego, eschatos). Estamos llamados a llevar el evangelio a todos los lugares, comenzando donde estamos y avanzando hasta los lugares más distantes, tanto geográfica como culturalmente. Esta responsabilidad es continua, y el Espíritu Santo es quien nos capacita para cumplir esta tarea.

Por lo tanto, la misión de la Iglesia es ser un testigo vivo del evangelio, confiando en el poder del Espíritu Santo. Estamos llamados a predicar, vivir y expandir el Reino de Dios en cada rincón de la tierra, hasta que Cristo regrese.