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Entretanto, ¿qué hago?

¡Bien! Ahora sabemos que el motor para darle significado eterno a lo que hacemos es su compañía. Pero, ¿qué hacemos?

Jesús, cuando dejó la gran comisión y ascendió a los cielos, dijo qué debíamos hacer, pero nunca dijo cómo. Pero sí dijo: «...pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes...» (Hechos 1:8, NTV).

¿Qué debemos hacer? Ser sus testigos, que significa mártires. La relación con Jesús es algo por lo que se pone en juego la vida.

«Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu vida por mi causa, la salvarás» (Lucas 9:24 NTV).

Cuando era adolescente, le pregunté esto a un pastor muy entrado en años y él me hizo tres preguntas:

¿Qué capacidad tienes?

¿Qué dones tienes?

¿Qué te gusta?

Está claro que Jesús nos envió a predicar y a hacer discípulos, pero no dijo cómo debemos hacerlo, porque todos somos diferentes. Somos testigos de Él a través de nuestra identidad, y esa identidad la encontramos absolutamente restaurada en su presencia.