MV365: Daniel a MalaquíasMuestra
Daniel 10 – 12
Sí algo aprendemos de Daniel aparte de su fidelidad, integridad y coraje, es su vida de oración. Desde que llegó a Babilonia oraba tres veces al día con la mirada hacia Jerusalén como vimos anteriormente en el capítulo 6:10. Oró junto a sus amigos para interpretar el sueño de Nabucodonosor (1:18). Cuando recibía las interpretaciones irrumpía en adoración (1:20-23). Alababa delante de los reyes (1:27-28,37). Era reconocido porque en él «moraba el espíritu de los dioses santos», lo que equivale a tener comunión con el ser Supremo (5:11). En el pasaje 7:28 lo vemos meditar y guardar en su corazón la visión de las bestias que tanto le turbaron.
¿Qué hacemos ante situaciones perturbadoras? Orar y orar. Me imagino a Daniel orando una y otra vez a su Señor. En el 8:17 cuando Gabriel le enseña el significado de la visión lo vemos postrado en tierra, quizás orando: ¡misericordia Señor!
Llegamos al capítulo 9. Vemos que es el primer año del reinado de Darío. Para este tiempo Daniel calcula los años que llevan en cautiverio, y le parecía que la profecía de Jeremías 32 pronto estaba por hacerse realidad: los desterrados volverían a su amada tierra, tal y como el Señor había prometido. De nuevo, ¿qué vemos que hace? Busca a Dios en oración y ruego, en ayuno, cilicio y cenizas, expresando así el sentir más profundo de su corazón. Para Daniel, orar era un «estilo de vida».
La oración: «Es la comunicación por medio de palabras dichas en voz alta o en nuestros pensamientos, por medio de las cuales adoramos a nuestro Dios al reflexionar sobre Su Persona, Sus Atributos y Sus obras. Es inclinarnos ante Él con reverencia, meditando en Su Palabra, rogando Su favor y Su perdón, intercediendo por nosotras, los demás y Su Reino, de una forma ferviente. Es buscar Su Rostro. Invocar Su Nombre. Levantar nuestra alma ante el trono de gracia, en donde encontramos Su compasión y misericordia. Es derramar todas nuestras emociones, pensamientos y ansiedades sobre Aquel que tiene el absoluto control sobre los Suyos y sabe cómo cuidarlos».
Así vemos orar a este fiel siervo. Su oración contiene elementos que hacen de la misma una hecha conforme a la Palabra: adoración, confesión y petición. Él inicia con «Jehová mi Dios». El Gran Yo Soy era su Dios. El que era, es y será era digno de toda su confianza. Reconoce la majestad, misericordia, justicia, fidelidad, omnipotencia, soberanía y amor de Dios.
Humillado, ruega ser oído. Implora recibir el perdón de todos los pecados del pueblo, los gobernantes y líderes religiosos. También se incluye a sí mismo. No hay ni un asomo de «superioridad». Su mayor anhelo era que el rostro del Señor volviera a resplandecer sobre el santuario asolado. Deseaba que Dios oyera, viera y considerara «sus desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado Tu nombre, porque no elevamos nuestros ruegos ante Ti confiados en nuestras justicias, sino en Tus muchas misericordias». Apela al perdón nacional «por amor de Dios mismo».
Al orar usó diferentes nombres de Dios o pronombres alusivos a Él unas 51 veces. ¡Qué oración y qué apelación! Nada de peticiones personales o materiales, sino peticiones de restauración espiritual y de reconciliación. ¡Cuánto deseaba ver la promesa del Señor hecha realidad! Aunque Daniel no volvió a su amada tierra, gimió, lloró y clamó por su restauración. Quizás muchas veces recitó el Salmo 137, escrito anónimamente en el exilio, u oraba según los vs. 5-6: «Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordaré; si no enalteciera a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría».
Otra cosa a destacar es que tan pronto Daniel abrió su boca para orar, el cielo entró en acción; su oración era tan intensa que viene en su ayuda el varón Gabriel. Este le hace saber que era «muy amado», literalmente: «Alguien considerado precioso».
También Gabriel le declara el significado de la profecía de las Setenta Semanas.
En resumen, este es un período de 490 años en el cual suceden estas cosas:
- El regreso de los cautivos a Israel y la reconstrucción de Jerusalén.
- La llegada del Mesías Príncipe 483 años más tarde.
- Rechazo y muerte de Cristo.
- La nueva destrucción de Jerusalén a manos de Tito en el 70 D.C. por su rechazo al Mesías.
¿Qué aprendemos de este maravilloso capítulo?
- Que debemos de llevar una vida de oración ferviente, continua y con argumentaciones sólidas basadas en el Carácter, los Atributos, la Palabra y las promesas que ella contiene. ¡Grandes cosas suceden cuando oramos con estas cosas en mente!
- Que el asunto más preferente de todo nuestro ser debe ser todo lo que concierne a Su glorioso Nombre, memoria y reino. ¡Ahí está nuestra mayor alegría!
- Que debemos anclarnos en Sus promesas porque todas ellas «son en Él (Cristo) Sí, y en El Amén».
(2 Cor.1:20) Todo cuanto el Antiguo Testamento predijo de Él, de Su pueblo y de lo que vendría, se ha cumplido. Tengamos por seguro que lo que falta, también se cumplirá. ¡SI y AMEN!
Que cada una de nosotras, sus siervas, al igual que Daniel somos «muy amadas y preciosas»; formamos parte de Su Pueblo, Su Efraín y el Señor nos ve de esta manera:
«¿No es Efraín Mi hijo amado? ¿No es un niño encantador? Pues siempre que hablo contra él, Lo recuerdo aún más. Por eso Mis entrañas se conmueven por él, Ciertamente tendré de él misericordia», declara el Señor».–Jeremías 31:20
¿Cómo es Su amor por los suyos? «Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué Mi misericordia». –Jeremías 31:3
¡Qué dichosas somos! No solo somos preciosas y amadas, sino que también Él oye nuestro clamor, nos envía ayuda y fortaleza por medio del Espíritu Santo y nos ha dado ojos espirituales para entender lo que ha sido revelado. ¿No salta de gozo tu corazón ante estas cosas? El mío quisiera brincar de alegría santa todo el tiempo que me reste de vida terrenal.
Una revelación personal
El capítulo 10 nos detalla la visión que recibe Daniel junto al río. Ciro estaba en su tercer año de reinado. Para ese entonces ya muchos judíos habían regresado a Israel. Corrían muchos rumores de que grupos opositores impedían la reconstrucción del templo y las murallas. Quizás esta era la preocupación que consumía a Daniel. Debido a la sensibilidad espiritual que le caracterizaba, su aflicción duró tres semanas, en las cuales no comió, ni bebió, ni se ungió… hasta que recibe la visión.
Cuando alza sus ojos, ve a «un varón vestido de lino, ceñidos sus lomos de oro de Ufaz … con ojos como antorchas de fuego… y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud» –vs. 5-6.
Cuando leíste esta porción quizás recordaste Apocalipsis 1:13-17. En este pasaje se nos relata la visión de Juan, muy similar a la de Daniel, en la cual aparece el Cristo glorificado. La que tiene Daniel es del Cristo preencarnado. Llama la atención que ambos tienen parecidas reacciones: gran temor y temblor cayó sobre ellos, y se sintieron desfallecer. Y no era para menos, ¡Cristo mismo les hablaba!
El Varón, de nuevo le reitera dos veces a Daniel que era «muy amado», vs. 11 y 19 (esto nos demuestra que consolador es nuestro glorioso Señor. Siempre queriendo animar a los suyos). De inmediato le dice: «no temas, porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y humillarte en la presencia de tu Dios fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras Yo he venido».
Como sabemos, muchas profecías tendrían su cumplimiento a corto y largo alcance, y apuntaban a sucesos diferentes. En este capítulo vemos la guerra entre Cristo, el capitán del ejército celestial, y las huestes angelicales de las tinieblas, las cuales siempre se oponen a los designios divinos. También se le vuelve a detallar el surgimiento del terrible imperio de Grecia, cuyo proceder ya estaba escrito en el libro de la verdad.
Mientras Daniel oía los detalles, más se acrecentaba su dolor y desfallecía, pero el que era semejante a «hijo de hombre» le toca sus labios enmudecidos; este asombrado, entabla conversación con el extraordinario Varón celestial, quien con un solo toque fortalece a Daniel diciéndole que; no temiera, que se le daba la paz, se esforzara y se alentara.
En el v. 20 vemos como este varón le dice el porqué de su visita: Dios quería que él supiera lo que habría de acontecer en Israel.
- ¿Te entristeces cuando ves la obra de Dios ser estorbada y te alegras cuando avanza?
- ¿Estás creciendo en temor reverente a Dios?
- ¿Eres fortalecida y animada con la Palabra, la verdad que esta contiene y por lo que de ella ya se ha cumplido?
- ¿El estudio de ella te está ayudando a ejercitar tus sentidos espirituales para discernir la voluntad de Dios y a la vez estar alerta a la agenda imparable del maligno?
La sensibilidad y el discernimiento espiritual no nacen naturalmente. Hay que desarrollarlos intencionalmente. Daniel «dispuso su corazón» para esto, siempre estaba alerta a la dirección del Señor. Alcanzó dichas cosas por medio de la Palabra, de una vida de oración significativa y de una obediencia sin reservas
- ¿Dispondrás tu corazón a estas cosas?
Acerca de este Plan
¡Qué emoción iniciar este recorrido por la Biblia! Este plan es el ocho de los once planes para leer la Biblia junto con un devocional de Mujer Verdadera 365. Puedes leer o escuchar cada devocional.
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Nos gustaría agradecer a Aviva Nuestros Corazones por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://www.avivanuestroscorazones.com/podcast/mujer-verdadera-365/season/daniel-malaquias/