Cómo ser padres cristianosMuestra

¿De quién es el trabajo?

Como creyentes en Cristo, reconocemos la gran responsabilidad que Dios ha depositado en los padres para la educación de sus hijos. No es el Estado, la Iglesia o la sociedad quienes tienen esta responsabilidad primordial, sino los propios padres. Las influencias externas pueden desempeñar un papel y es importante no aislar por completo a nuestros hijos del mundo ni echar la culpa a la Iglesia cuando se desvían. Por el contrario, estamos llamados a adoptar el modelo bíblico de crianza.

En Efesios 6:4, se ordena específicamente a los padres que eduquen a sus hijos en la disciplina y la instrucción del Señor. Esto pone de relieve el papel activo que desempeñan los padres en el desarrollo espiritual de sus hijos. Ser padres no es una tarea a tiempo parcial; requiere nuestro compromiso a tiempo completo. Proverbios 22:15 nos recuerda que la necedad está naturalmente ligada al corazón de los niños. Por tanto, se desviarán naturalmente de su curso si descuidamos nuestro deber de dirigirlos y guiarlos. Nuestra participación activa en su formación espiritual es crucial. La disciplina, cuando se ejerce con amor, es parte integral de la crianza. Proverbios 13:24 nos enseña que un padre amoroso es diligente a la hora de disciplinar a su hijo.

Tanto los padres como las madres tienen un papel único que desempeñar en el crecimiento espiritual de sus hijos. Los padres están llamados a invertir mucho tiempo y energía como líderes espirituales en sus hogares, mientras que a las madres se les insta a dar prioridad a sus familias por encima de ocuparse en el ministerio de la Iglesia. Aunque la participación en la Iglesia es valiosa, nuestra principal responsabilidad ministerial reside en nuestros propios hogares. Los niños se nos confían como una mayordomía sagrada, y debemos abordar este deber con la máxima seriedad. Rechazando la pasividad y la tendencia a echar la culpa a otros, debemos comprometernos de todo corazón a evangelizar y discipular a nuestros propios hijos.

Aunque la esencia de la paternidad es sencilla, no debemos confundir sencillez con facilidad. Exige nuestro tiempo, constancia, oración ferviente y confianza inquebrantable en la Palabra de Dios. No podemos embarcarnos en este viaje con nuestras propias fuerzas, sino que debemos apoyarnos en la sabiduría y la guía de Dios a través de Su Palabra y de la obra fortalecedora del Espíritu Santo. Una crianza activa, arraigada en las verdades de las Escrituras, es una respuesta necesaria a la naturaleza caída de nuestros hijos. No podemos permitirnos ser complacientes o pasivos en este papel crucial. Llevar a nuestros hijos a Cristo y construir cimientos arraigados en el evangelio y las enseñanzas bíblicas es primordial. Al abrazar esta vocación divina, recordemos que nuestra paternidad fiel tiene un significado eterno en la formación de los corazones y las vidas de nuestros hijos.