Pascua: El cielo sabeMuestra

El cielo sabe dónde encontrar vida, parte 1

¿Alguna vez te has detenido a pensar en el significado de la muerte de Cristo? ¿Por qué Dios escogió la cruz como el medio de nuestra salvación? ¿Por qué tenía que haber un sacrificio de sangre? ¿Por qué Dios no pudo haber perdonado nuestros pecados y dejarnos seguir nuestro camino? La respuesta es simple, pero profunda. Era necesario realizar un pago. El pecado trae muerte y la muerte tenía que traer vida. Había que hacer un sacrificio de sangre para pagar por nuestros pecados y no serviría cualquier sacrificio. Nuestro pecado es contra un Dios eterno y santo, así que necesitábamos un sacrificio eterno y santo para pagar por nuestros pecados. Jesucristo fue ese sacrificio.

Es asombroso que la cruz fue profetizada cientos de años antes de que sucediera. En Isaías 53 y el Salmo 22, la cruz se discute y predice mucho antes de que la crucifixión fuera inventada por los romanos. Es como predecir el ganador del Super Tazón antes de que se inventara el fútbol americano.

A lo largo de las Escrituras, vemos el tema del sacrificio de sangre. En Génesis 3, Adán y Eva pecaron, pero luego Dios los cubrió con pieles de animales, el primer sacrificio de sangre en la Biblia. En Génesis 8, vemos a Noé ofreciendo un sacrificio. En Génesis 22, Abraham e Isaac proporcionan una imagen increíble de la expiación sustitutiva, donde un carnero es atrapado en un matorral y muere en lugar de Isaac. Es un hermoso presagio de lo que Jesús haría más tarde por nosotros en la cruz.

Desde el Éxodo con Moisés y el cordero pascual, hasta la ley levítica y los millones de corderos sacrificados para cubrir el pecado, vemos el tema del sacrificio de sangre. Todo conduce a Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

Jesús fue a la cruz por nosotros. Nadie le quitó la vida, pero Él voluntariamente la puso por nosotros (Juan 10:18) para darnos vida.

Al reflexionar sobre el sacrificio de Jesús por nosotros en la cruz, no podemos evitar asombrarnos de Su amor por nosotros. Él no tan solo cubrió nuestro pecado; lo quitó. Él no solo nos perdonó, sino que nos dio vida. Nunca olvidemos Su asombroso sacrificio, para que podamos perdonar y amar a la luz de ese sacrificio todos los días de nuestra vida.