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Esperanza versus optimismo

Imagina la sensación de esperar una oferta de trabajo cuando realmente necesitas un empleo. Luego imagina los sentimientos que podrías tener al perder a un ser querido. Estas experiencias son muy diferentes, pero tienen en común el deseo de una vida mejor, una situación mejor que la actual. Aquí es donde muchas personas recurren al optimismo.

Pero, ¿qué pasa si el optimismo distorsiona la forma en que esperamos un nuevo futuro?

El optimismo suele ser impersonal y ajeno a nuestras emociones, se basa en las circunstancias. La esperanza bíblica es diferente porque es la elección de confiar en una persona (Jesús) y no en nuestras circunstancias. Los autores bíblicos hablan mucho de la esperanza y, aunque esperan las mismas cosas que todos deseamos (paz, seguridad, salud, amor), para ellos, la "esperanza" no está enfocada en estas cosas o en objetos. Por el contrario, está enfocada en la promesa y el poder de Dios. Así que escriben cosas como: "¡En Ti (Señor) está mi esperanza!" (Salmo 39:7).

A diferencia del optimismo, que sólo mide lo superficial, la esperanza bíblica va más profundo e implora que Jesús salga a nuestro encuentro cuando estamos tristes o esperamos algo. Jesús con frecuencia recuerda a sus amigos que no van a poder entender cómo funciona todo: por qué las personas se hacen daño unas a otras, o, por qué existen las enfermedades o, cuándo por fin acabará el mal. Pero él nos promete que va a restaurar el mundo y nos invita a unirnos a él para repararlo.

Y por eso, encontramos esperanza en todos los actos de amor, perdón y generosidad al estilo de Jesús. Su vida, muerte y resurrección son el ancla de nuestras mayores esperanzas de que un día Jesús regresará para arreglar todo lo que está mal.