Una natividad pascualMuestra

Yo estuve allí.
Lo vi todo.
El ángel que me dijo que llevaría al Hijo de Dios,
la mirada en los ojos de José cuando pensó que lo había traicionado
y cuando me contó su sueño.
El aparentemente interminable camino hacia Belén para el censo,
y los viajes a Jerusalén para visitar el Templo y ver a los amigos en la ciudad.

Lo vi dar sus primeros pasos y vi cómo se caía,
José y yo le enseñamos a leer y, después de eso, él siempre estaba en la sinagoga o siguiendo a los Rabinos, para hacerles preguntas y escuchar sus historias.

Sin embargo, hoy fue diferente,
cada paso
y cada caída
fue una agonía.
Mi hijo estaba apenas reconocible, lo habían tratado sin misericordia.
No sé de dónde saqué fuerzas para estar al pie de la cruz,
pero Juan estaba allí conmigo y con mi hijo, él me miró y me pidió que cuidara de Juan y que Juan cuidara de mí. Es difícil describir el amor que había en sus ojos, pero llenó de esperanza mi corazón partido.

Recordé el obsequio de mirra que nos hicieron los viajeros, recordé la promesa del ángel y lo que mi hijo dijo tantas veces, que no tuviéramos miedo. No sé lo que viene después de hoy, después de este horrible día, pero sé que hay más, que aún hay esperanza, que incluso su muerte de una forma tan brutal puede tener sentido y salvarnos a todos. Oh Señor, ten piedad de todos nosotros.

Por favor, ora conmigo, únete a estas palabras: Gloria sea al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, amén.

Este monólogo se utilizó originalmente como parte de una liturgia del Paseo del Testigo del Viernes Santo, utilízalo, así como la Escritura que lo inspiró, para reflexionar en estos dos acontecimientos fundamentales.

Ponte en el lugar de María observando estos acontecimientos, contempla su experiencia de este día y de la resurrección por venir.