El Tercer ReinoMuestra

Al ver que su plan de establecer el reino en el jardín de Edén había fallido, Dios escogió a un pueblo para establecer el Segundo Reino. Esta vez Dios tenía planificado ser el Rey del pueblo hebreo, y como territorio había escogido a la tierra de Canaán. Había llamado a un hombre llamado Abram para darle a conocer su plan: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Génesis 12:2). De una persona, nació una familia, y de una familia, surgió toda una nación que había llegado a ser numerosa en tierras egipcias.

​No obstante, la desobediencia de su pueblo entristeció el corazón de Dios repetidamente. A pesar de la división del Mar Rojo y una serie interminable de milagros sobrenaturales como el maná del cielo y la columna de fuego, el pueblo hebreo murmuró contra Dios en lugar de darle las gracias. Como si esto fuera poco, adoró a un becerro de oro. La situación llegó a ser tan aberrante que Dios sentenció: “Tú no te metas. Yo voy a descargar mi ira sobre ellos, y los voy a destruir. Pero de ti haré una gran nación” (Éxodo 32:10). Pero mediante la intercesión de Moisés, Dios continuó con su plan. Al fin de cuentas, la rebeldía para con sus líderes estaba dirigida a Dios a quien no lo querían reconocer como rey. “Ustedes no están murmurando contra nosotros, sino contra el Señor” (Éxodo 16:8). Lo mismo sucedió cuando el pueblo de Israel pidió un rey. Dios expresó su dolor diciendo: “Hazle caso al pueblo en todo lo que te diga. En realidad, no te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que yo reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7).

​En cuanto al pueblo hebreo, tan solo Josué y Caleb entraron a la tierra prometida (Números 14:29-30), y el trono de David que iba a perdurar para siempre quedó dividido en dos, que a su vez, también fueron aniquilados tiempo después. La rebeldía de Israel no permitió que el reino de Dios se estableciera en Canaán. Pero esto no quedaría así.