Un Matrimonio Rendido a CristoMuestra

Un Matrimonio Rendido a Cristo

De acuerdo a lo que abordamos el día anterior, podemos concluir que un matrimonio rendido a Cristo, es aquel donde el esposo y la esposa reconocen la Autoridad y el Señorío de Jesús, no sólo en sus vidas de forma individual, sino también en la relación marital, como uno solo buscando la dirección y la voluntad de Dios para su hogar. Como uno solo para buscar la sabiduría necesaria en tiempos de crisis o dificultad, como uno solo para glorificar al Padre a través de la obediencia en la que ambos han sido cimentados.

Cristo Jesús es el gobernador de la familia, es como el capitán que dirige el timón de un barco; Él es quien marca el rumbo y la dirección en la que el esposo debe al mismo tiempo guiar y dirigir a su esposa y así juntos, podrán dirigir de una manera más idónea su relación, a sus hijos y todo lo que tiene que ver con su hogar.

Es importante comprender que un matrimonio rendido a Cristo, no es un matrimonio perfecto. Por el contrario, un matrimonio rendido a Cristo es un matrimonio que reconoce la necesidad de Él en sus vidas, y si hay necesidad de Él, es porque hay imperfección, cosas que dejar atrás y otras tantas que mejorar. En eso consiste la vida cristiana, quienes seguimos a Cristo no somos personas perfectas, sanas o plenas; somos personas imperfectas, enfermas y carentes de la plenitud que solamente en Cristo podemos hallar. Por eso lo seguimos, por eso lo buscamos, porque nos es necesario aprender a vivir como Él quiere que vivamos. Por eso nos rendimos a Él, porque reconocemos que solo en Él podemos encontrar la sanidad, la libertad y la restauración que necesitamos.

Nadie, nadie podría decir que su matrimonio es perfecto; quien lo hace, con jactancia estaría diciéndolo y la jactancia es pecado. Quien diga que tiene un matrimonio perfecto es como quien dijera: "no tengo nada que mejorar, soy perfecto, soy perfecta". Suena rídiculo y absurdo. Mientras sigamos en este mundo vamos a tener que permanecer en un trato especial, permanente y constante en manos de nuestro Padre y en el poder de su Espíritu; así que, de qué podríamos jactarnos sino de la gran necesidad que tenemos de ser transformados para testificar de su gran poder y de su gloria. Es más ¿cómo podría hacerlo si no estuviéramos tan necesitados de Él?